miércoles, 28 de octubre de 2015

El helado


Era el año 2002, mi familia y yo fuimos a veranear a Alicante (Guardamar). Como de costumbre, una de las noches salimos a dar un paseo por el familiar paseo marítimo de la zona.
Yo, al pasar por una heladería, me fijé en un helado de tarrina de chocolate, y enseguida se lo pedí a mis padres, pero ellos se negaron rotundamente, puesto que nunca me terminaba los helados y era tirar el dinero. Pero yo, caprichosa, seguí insistiendo más y más. Al fin, tras media noche insistiendo, conseguí mi delicioso helado de chocolate.
Cuando tuve el helado en mis manos por fin, noté que no sabía tal y como lo esperaba. Estaba demasiado frío y se me congelaban los dientes, y tenía un sabor un tanto amargo; ya no me apetecía y tan sólo me había comido una cucharada.
Nerviosa y preocupada, miraba a mi padre buscando la manera de decirle que no me gustaba el helado. No sabía qué hacer para deshacerme del helado. Tuve la gran idea de tirar la bola de helado a una papelera. En el intento de hacerlo, mi padre me pilló, y por desgracia no me dio tiempo a tirarlo, o mucho peor: ahora estaba mucho más obligada a terminarme el dichoso helado.
            Pasada una hora aún seguía el helado entre mis manos. Ya no aguantaba seguir esforzándome en comerme el helado, así que comencé a llorar de desesperación.
Y, sin darme cuenta, mi padre, agobiado y desesperado entre mis molestos sollozos, me cogió el helado y me lo tiró por la cabeza. Y yo, perpleja, no eché ni una sola lágrima hasta llegar al hotel. Y entonces me hicieron esta foto.
Patricia Rodríguez. 4º E

lunes, 26 de octubre de 2015

Ítaca


Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
   Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
   Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
   Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
   Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.


C. P. Cavafis. 

domingo, 25 de octubre de 2015

La mejor hora del día


En mi opinión, la mejor hora del día es el atardecer. Depende de la estación que estés puede variar una hora u otra. 
Ese preciso momento donde el sol poco a poco se va escondiendo para dar lugar al anochecer, es la mezcla entre el día y la noche. Los colores son azules, anaranjados, amarillo oscuro e incluso rosas o morados. Ese color naranja que expresa emociones fuertes. Refleja la diversión, la sociabilidad y la alegría. 
Sin embargo, el color azul destaca por la reflexión de la calma. Lugares como la playa, montañas, lagunas, ríos..., son unos de los paisajes más hermosos que puedes disfrutar contemplándolos.                                                                                                                                       Su luz me transmite paz, tranquilidad y nostalgia. Por otra parte puedes sentir tristeza porque el día ya llega a su fin. O también puedes estar de buen humor sabiendo que en esa noche tienes planeado algo especial. 
La luz de los atardeceres se desvanece para dejar caer la oscuridad. Todas las ciudades duermen y sueñan con un nuevo día. Es el momento de la tranquilidad, por la mañana haces tu trabajo diario de instituto y cuando llega la tarde es el momento del descanso, del ocio y de todo aquello que más disfrutas. 
Natalia Gómez. 4º B

El paisaje que se esconde detrás de mi ventana


Vivo en una zona de lo más corriente. No tiene nada interesante que digamos. Es cierto que es una zona muy completa. Vivo cerca de un centro comercial, de una papelería, de una estación de Renfe, de parques, pero el paisaje que se esconde detrás de mi ventana no es especialmente increíble y maravilloso.
En mi casa hay muchas ventanas, como es de imaginar, pero voy a hablar sobre las vistas que se dan mirando por la ventana de mi habitación.
Si miramos por la ventana podemos ver dos enormes colegios llamados “Valle Inclán” y “ Víctor Jara”, en los que estudié cuándo era pequeña.
En el fondo se puede apreciar un montón de edificios que en Navidad se iluminan. A un lado de estos edificios se puede observar una gran estatua o monumento de un tamaño grande, de color bronce.
La verdad es que no se puede percibir gran cosa ya que es una zona un tanto vacía. En ocasiones, cuando no hay colegio o es festivo, se puede observar a los niños pequeños jugando en la hora del recreo en la pequeña guardería que se sitúa en uno de los colegios donde yo estudié.
La parte de mi casa donde se pueden ver más cosas es la cocina. Al ser tan grande puedes asomarte y ves una rotonda situada al lado de una farmacia, un bar y un restaurante, además de una peluquería. Y esto es lo que se ve desde ciertas partes de mi casa si te asomas a la ventana.

Laura Murillo 4ºB

Aburrimiento


No tengo muy claro cómo definir lo que se llama “el aburrimiento” o, simplemente, “aburrirse”. Más o menos es lo que siento mientras escribo esta redacción. Y no porque me parezca aburrida, tan solo porque quizás preferiría estar haciendo otras cosas.
El aburrimiento es ese vacío horrible que siento  cuando no tengo o no puedo hacer algo o no me apetece. A veces estoy tan aburrida que creo que de un momento a otro me echaré a llorar y entonces estaré haciendo algo.
Las personas nos aburrimos todos los días. Ya sea en clase, en el trabajo o en casa, en algún momento del día ocurre algo que no nos cuadra y hace que nos sintamos mal. Personalmente, cuando estoy aburrida lo único que me apetece es dormir, acelerar el reloj hacia adelante como si eso fuera a solucionar algo.
¿Y cómo se creó el aburrimiento? ¿Cómo nació? ¿Se aburría el primer hombre que pisó la Tierra? En mi opinión, no. Creo que al principio los humanos (o medio humanos) no tenían la mente suficiente para distinguir lo que hoy en día nos vale la pena y lo que no lo vale tanto, y tampoco tenían ninguna actividad de la que se pudiera cansar. Pero hemos evolucionado, desarrollando nuestro pensamiento abstracto, y hemos llegado a encontrar actividades que nos divierten y nos hacen felices.
Pero estas actividades finalmente nos acababan pareciendo exhaustivas, como si fueran una rutina. Así que tocaba buscarse o inventarse algo nuevo que hacer.
El aburrimiento, en mi opinión, no es algo tan malo al fin y al cabo. Es un estado en el que entramos las personas cuando lo que sea que estuviéramos haciendo nos cansa después de repetirlo una, y otra, y otra vez…
Pero aún así siempre habrá cosas que nos diviertan durante más tiempo, y otras que no duren nada.
Andrea Rojas. 4°B

Un rayo de alegría


Me considero una persona bastante solitaria, muy mía, incluso a veces hasta llegar al punto de insoportable. En cambio, mi hermana es la alegría incorporada en ese cuerpecito tan pequeño. Dejando esto a un lado, a comprensiva no la gana nadie, y a paciente tampoco.
Soy una persona que tiende a guardarse mucho las cosas, no va conmigo contar mis problemas a no ser que tenga mucho acumulado, y, cuando esto pasa, la explosión es tremebunda, y en estas ocasiones, la única que sabe calmarme es ella. Sé que siempre que nos peleamos ambas dos nos sentimos culpables, pero no importa; dejando el orgullo atrás nos reconciliamos con un abrazo, y verdaderamente adoro estos momentos en los que después de una discusión pasamos la noche  juntas, las dos tumbadas en la cama, a veces sin dirigirnos la palabra, otras riendo sin poder parar por cualquier tontería que nos haya hecho gracia, pero esto es insignificante porque sabemos que estamos juntas y que el lazo que nos une  es más fuerte que cualquier cosa.
Mi hermana es una pieza fundamental en el rompecabezas que es mi vida, y me atrevería a decir que, sin ella, nada tendría sentido.


Paula Gutiérrez 4ºE

Donde mi vida empieza


Todo empezó con dos corazones latiendo dentro del mismo cuerpo. Es impresionante cómo el cuerpo de una mujer está preparado para albergar a otra persona en su interior, una persona completamente diferente, pero a la vez parecida, a la mujer que la alberga. Este cuerpo te cuida, te alimenta y te forma, y una vez que estás listo te expulsa al mundo exterior para que comiences a hacer tu propia vida; pero las madres no se encargan solo de eso, se encargan de miles de cosas más.

Una vez que sales al exterior, se encarga de cuidarte, quererte y enseñarte. Las madres te enseñan cosas que no se aprenden en un colegio. Mi madre no me ha enseñado matemáticas, ciencias naturales o inglés; mi madre me ha enseñado cosas que para mí son mucho más valiosas: me ha enseñado a vivir, a cuidarme, a distinguir entre lo que está bien o está mal, a hablar, a reír, a andar y muchas otras cosas. Una madre siempre es un referente para un hijo. Los bebés aprenden por imitación, ¿y quién es una de las primeras personas a las que van a imitar?   A su madre, por supuesto. Una madre, por voluntad o por instinto, sabe siempre lo que su hijo necesita o quiere. La mía lo sabe. Una madre es algo único e irrepetible que todos necesitamos por más que lo neguemos. Yo necesito a la mía, y aunque me traten de niña mimada, es que, iguales o diferentes, nuestros corazones latieron juntos alguna vez, y por eso estas escasas palabras van dedicadas a mi madre, porque sé que, por más alto que vuele, con ella siempre tendré un hogar.

Lucía Juberías 4º E

martes, 20 de octubre de 2015

Orgullo y satisfacción


Cuando un amor no es correspondido, ves cómo es la persona a la que amas y te hace pensar si hubiera merecido la pena que fuera correspondido.
Para comprender esto, empezaré por el principio de una relación de noviazgo. Lo primero que pasa es el amor a primera vista, ya que solo te fijas en el exterior. A continuación, vas entablando una amistad y ves cómo es esa persona, cómo piensa, su forma de ser y reaccionar.
Entonces es cuando te planteas pedir a esa persona salir, pero lo curioso de esto es que no es la chica la que pide salir al chico, es el chico el que tiene que pedir salir a la chica. Eso es como una especie de norma con la que no estoy de acuerdo, y creo que es una norma de orgullo y de satisfacción de la chica, pero también digo que si no arriesgas no consigues nada.
Así que te armas de valor y te decides a pedirle salir, pero, de repente, te asaltan las preguntas de “¿y si me dice que no?”, “¿cómo voy a reaccionar si me dice sí?”, “si me dice que no, ¿seguiremos siendo amigos?” Entonces eso te echa para atrás, pero, si de verdad quieres a esa chica, harás todo lo posible para pedirle salir.
Una de las maneras es pedírselo a través de una carta. El problema de este método es que no obtienes una respuesta inmediata, y te pones más nervioso. Entonces es cuando  te dice: “No, pero seguiremos siendo amigos”. Eso es una trampa, eso te lo van a decir siempre en vez de decirte: “No quiero saber nada más de ti”. Sin embargo, dependiendo de la forma de ser de cada chica, se comportan de una manera o de otra.
Otra cosa que pasa es que el amor te ciega y solo ves virtudes. Hay chicas que parecen simpáticas, pero se enfadan contigo, no entiendo el por qué, pero hay que respetarlo; otras sí cumplen con lo de seguir siendo amigos, esas sí son las que merecería la pena, y hay otras que se enfadan y aparte de eso parecen que van a fastidiarte siempre, pero nunca directamente: siempre va a aparecer con amigos tuyos con lo que no se han hablado, o no le caían bien, y hacen cosas que contigo, cuando erais amigos, no hacía, y eso molesta.
Hay una película de Disney, El rey león, en cuya canción salía una estrofa que decía así: “Hacuna matata, vive y deja vivir…” ¿Por qué no pueden hacer eso? Ahora explico por qué. Las chicas que se comportan así son las más orgullosas. Ellas hacen eso para que sea el chico el que rompa la mistad porque se canse y se enfade. Lo que no saben es que los chicos podemos ser muy pacientes y no estallar con ira por estas tonterías, y al final son ellas la que hacen el ridículo, así que, chicas que leáis esto, no hagáis cosas así y vivir y dejad vivir.

Daniel Muñoz 4º E

La mejor hora del día


A mí lo  que realmente me fascina es ver cómo la luz del sol se convierte en la nada, y así desaparece entre dos líneas, como si se sumergiese en el agua. Ese día, mientras yo la contemplaba aquella noche en la playa, y a la vez me entraban ganas de ir a dondequiera que se vaya la luz para volver a contemplarla de nuevo. Porque esa luz naranja que se queda en el cielo me hace sentir esa pequeña energía que llevo dentro.
A la vez que baja el sol, mi cuerpo se va relajando, así hasta sentirme como una pompa, y aquí se empieza a soñar.
Empiezo a imaginarme cómo sería mi vida cuando crezca , y cómo es ahora en realidad. Pienso en aquellas metas que me iré poniendo para conseguir mis sueños. Reflexiono de todos y cada uno de los pasos que he dado en este camino de la vida. Recuerdo momentos divertidos y también algunos más aburridos, pero a la vez igual de interesantes; también algunos momentos de mi vida que nunca hubiese que sucediesen, aunque también son importantes. Pienso en cómo y cuándo he llegado a ser como soy y me siento bastante satisfecha de todo aquello he hecho hasta ahora aunque me haya equivocado o haya fallado a alguien, pero yo me considero bastante humilde y esa imagen es la  que quiero que la gente vea de mí.
Y por eso nunca dejaré de soñar todo lo que quiera y pueda soñar, y lo soñaré con todo el entusiasmo que voy a utilizar para conseguirlo.
Y , por último , vienen las estrellas. En este momento es cuando yo ya me he quedado dormida y puedo imaginar todo lo que quiera.

Andrea Muñoz. 4º B

lunes, 19 de octubre de 2015

El mapa


Abre los ojos. Estoy en la cama de un día normal, un día sábado en el que puedo hacer cualquier cosa y todo puede ocurrir. Me siento y pienso, reflexiono sobre lo que pasó ayer. Cómo pudo una amiga así hacerme tanto daño. Bueno, lo pasado, pasado está. No me puedo amargar con cosas que no me llevan a ninguna parte. Me levanto, voy a la cocina y cojo los cereales. Por una extraña razón no hay nadie en casa. Cojo un bol y echo leche y cereales. Al ver que mi madre no me contesta las llamadas, llamo a mi padre y me dice que están en el supermercado haciendo la compra. Yo cuelgo y sigo comiendo. Cojo la caja de cereales y miro, ya que son de esos que traen una sorpresa dentro. Los muevo y veo que al fondo hay una nota escrita a mano. La nota dice: “Lo mejor está en el interior”. Echo todos los cereales encima de la mesa y miro la caja, la caja vacía. Esta es rara porque el fondo hay una especie de mapa. Pienso que son de esos que traen las cajas para los niños, pero la nota escrita a mano me llama la atención, así que despliego la caja y veo que es un mapa de mi casa. Me levanto y veo que hay una X en la habitación de mis padres. Puede que ellos se hayan inventado este juego, pero me entra el gusanillo de saber qué hay en la X. Me dirijo hacia el punto y me sitúo encima de la baldosa que me indica y salto tres veces como me dice. De repente noto que la baldosa se mueve y debajo de ella hay una nota que dice: “Sigue buscando y hallarás”. De la nada aparece, a mi lado, una persona con cara sonriente y me entrega una llave y desaparece. Con la llave en mano corro a la puerta, la intento meter en la cerradura a ver si le entra, y en ese momento entra mis padres con la compra.

Isabela Castaño. 4º B

Mi hora de luz


Mi hora de luz favorita es la última hora, es decir, justo el atardecer, cuando el sol está dando sus últimos rayos de luz y se prepara para ir a dormir. Este momento me encanta ya que me trae muchos recuerdos, sobre todo me encanta verlo en el paisaje que forma mi pueblo, porque me gusta la imagen que veo desde mi ventana. Tenemos una casa bastante vieja pero construida en lo alto de una colina y se ve todo el pueblo, que está localizado en un pequeño valle. A decir verdad no me podré quejar, tenemos unas vistas privilegiadas del pueblo y del valle.
La razón por la que me hipnotiza ese paisaje es que me crea una melancolía impresionante, me hace recordar mis mejores momentos de niño, en especial esas largas tardes en el río, en el que cogíamos ranitas, lagartijas, culebrillas y pequeños pececillos; todas esas largas partidas a las cartas, en las que tengo que admitir que a día de hoy, con quince años que tengo, no recuerdo haber ganado ninguna; curioso y bastante penoso, la verdad, pero cada vez que lo recuerdo me hace reír. Recuerdo los largos partidos de fútbol, baloncesto, voleibol..., depende de lo que nos apeteciese ese día y en ese momento. Pero sobre todo esos largos y muy fríos baños en el río, y hablo del típico río en el que a mitad de verano te puedes encontrar pequeños trocitos de hielo, ya que el río baja directamente de la montaña.
Pero sin dudarlo en momento al que más me recuerda esa luz con diferentes tonos de rosa, morado, naranja, amarillo y azul es a mis abuelos, dos de las personas más importantes en mi vida.

Samuel Vega. 4º B

La ventana de mi habitación


Estaba yo en mi habitación, intentando inspirarme para escribir un poema, y de repente la habitación se quedó totalmente a oscuras. Encendí la lamparita pequeña porque la luz de la habitación se había fundido y la ventana se había cerrado. Vi lo que dejó la habitación a oscuras, era una cosa grande y viscosa de un color azul marino. Empecé a tener miedo , e intenté salir pero la puerta no se abría, estaba atascada; entonces me entró la curiosidad y toqué la cosa viscosa que estaba expandiéndose y entrando en mi habitación. Esta me absorbió la mano, así hasta absorberme todo el cuerpo; cerré los ojos por miedo a saber qué me estaba ocurriendo, y , cuando los abrí, pensando que todo había vuelto a la normalidad, lo que vi era increíble. Estaba sentada en medio de un valle lleno de flores, se podía ver desde allí un río , y a lo lejos un montón de montañas muy frondosas. Cuando  bajé la vista vi que justo a mi lado estaban, preparados para que yo empezase a escribir, una pluma y un cuaderno de hojas blancas. Después de haber asimilado todo, empecé a escribir, tantas poesías que la mano me ardía, y vi que cerca de mi había un charco muy parecido a la cosa viscosa de mi habitación. Me sumergí en él y volví a mi habitación. Todo había vuelto a la normalidad, la puerta se desenganchó y mis padres volvieron. Pensé que todo había sido un sueño, aunque no había sido así: la cosa viscosa hizo que no recordase todo con claridad y lo fui olvidando con el tiempo.

Andrea Muñoz. 4ºB

Entrenamiento


Ayer, en el entrenamiento, el imbécil de Sebas, uno de mi equipo, estuvo imitando al entrenador, ya que estaba por detrás y no le veía, que estaba explicando lo mismo de todos los días. ¿Pero cómo no le iba a estar imitando? El entrenador no paraba de repetir las mismas actividades y ejercicios que teníamos que hacer todos los días, ya nos sabíamos el más mínimo detalle del entrenamiento. Lo peor de todo fue el día que le dijimos que no hacía falta que nos dijera qué teníamos que hacer si no nos iba a cambiar la rutina ni las frecuencias. Después de decirle eso nos mandó a correr alrededor de la pista lo que quedaba de entrenamiento. Conociéndole, seguro que si alguno se paraba o reclamaba no le dejaría jugar en toda la temporada.
Bueno, volviendo a lo del entrenamiento de ayer, el imbécil de Sebas estaba subido encima un balón de fútbol, a la pata coja y poniendo caras raras. Al dar un salto, se pegó la hostia del siglo más silenciosa del mundo ya que, si no lo hubiéramos visto, no la habríamos escuchado, salvo porque, cuando Sebas se cayó, el balón que tenía terminó golpeando la cabeza del entrenador. Os mentiría si os dijera que como buen equipo que somos ayudamos a levantarse a Sebas, pero ¡bah!, a quién vamos a engañar, nos descojonamos y le hicimos una foto al entrenador, que estaba rojo de la furia, y a Sebas, que parecía un bicho aplastado. El entrenador se giró a Sebas como la niña del exorcista, y en ese momento decidí yo tomar la foto de la imagen que estará grabada de por vida en la memoria de Sebas.

Estéfany Palma 
4ºE

martes, 13 de octubre de 2015

Una aguja de un reloj


   ¿Qué es el tiempo? Una pregunta interesante, ¿verdad? Ciertas personas consideran que el tiempo no significa nada, que solo estamos en esta vida de paso; en cambio, otras le dan una importancia poco común. El tiempo es único, sí, todos sabemos que no podemos volver a cuando nos daba miedo dormir solos y mamá nos acogía en su cama, o cuando llegábamos cabizbajos a casa por no haber podido ir al parque a jugar. Es cierto, el tiempo es oro, y, una vez que se utiliza, no se puede recuperar, pero ¿por qué tanta importancia para algo tan insignificante? Millones de minutos y segundos pasan por nuestras vidas, son malgastados, y no nos percatamos de ello, no nos damos cuenta de lo valioso que es el tiempo, lo importante que es un simple movimiento de una aguja de un reloj. Queramos o no, este utensilio es un marcador de tiempo, nos limita, nos avisa, nos presiona…     Por esto  y mucho más tenemos que plantearnos  el momento, el día a día, hacer las cosas que realmente nos llenan.
   Es tan irónico que hasta un reloj se rompa con el tiempo…


                                          Paula Gutiérrez 4ºE

lunes, 5 de octubre de 2015

Gustavo Adolfo Bécquer, 'El miserere'


Hace algunos meses que visitando la célebre abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca, descubrí en uno de sus rincones dos o tres cuadernos de música bastante antiguos, cubiertos de polvo y hasta comenzados a roer por los ratones.
Era un Miserere.
Yo no sé la música; pero le tengo tanta afición, que, aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura de una ópera, y me paso las horas muertas hojeando sus páginas, mirando los grupos de notas más o menos apiñadas, las rayas, los semicírculos, los triángulos y las especies de etcéteras, que llaman llaves, y todo esto sin comprender una jota ni sacar maldito el provecho.
Consecuente con mi manía, repasé los cuadernos, y lo primero que me llamó la atención fue que, aunque en la última página había esta palabra latina, tan vulgar en todas las obras, finis, la verdad era que el Miserere no estaba terminado, porque la música no alcanzaba sino hasta el décimo versículo.
Esto fue sin duda lo que me llamó la atención primeramente; pero luego que me fijé un poco en las hojas de música, me chocó más aún el observar que en vez de esas palabras italianas que ponen en todas, como maestoso, allegro, ritardando, piú vivo, a piacere, había unos renglones escritos con letra muy menuda y en alemán, de los cuales algunos servían para advertir cosas tan difíciles de hacer como esto: Crujen... crujen los huesos, y de sus médulas han de parecer que salen los alaridos; o esta otra: La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena sin ensordecer; por eso suena todo, y no se confunde nada, y todo es la Humanidad que solloza y gime; o la más original de todas, sin duda, recomendaba al pie del último versículo: Las notas son huesos cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y su armonía... ¡fuerza!... fuerza y dulzura.
-¿Sabéis qué es esto? -pregunté a un viejecito que me acompañaba, al acabar de medio traducir estos renglones, que parecían frases escritas por un loco.
El anciano me contó entonces la leyenda que voy a referiros.
Hace ya muchos años, en una noche lluviosa y oscura, llegó a la puerta claustral de esta abadía un romero, y pidió un poco de lumbre para secar sus ropas, un pedazo de pan con que satisfacer su hambre, y un albergue cualquiera donde esperar la mañana y proseguir con la luz del sol su camino.
Su modesta colación, su pobre lecho y su encendido hogar, puso el hermano a quien se hizo esta demanda a disposición del caminante, al cual, después que se hubo repuesto de su cansancio, interrogó acerca del objeto de su romería y del punto a que se encaminaba.
-Yo soy músico -respondió el interpelado-, he nacido muy lejos de aquí, y en mi patria gocé un día de gran renombre. En mi juventud hice de mi arte un arma poderosa de seducción, y encendí con él pasiones que me arrastraron a un crimen. En mi vejez quiero convertir al bien las facultades que he empleado para el mal, redimiéndome por donde mismo pude condenarme.
Como las enigmáticas palabras del desconocido no pareciesen del todo claras al hermano lego, en quien ya comenzaba la curiosidad a despertarse, e instigado por ésta continuara en sus preguntas, su interlocutor prosiguió de este modo:
-Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus! Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta. Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor: ¡misericordia!, y el Señor la tendrá de su pobre criatura.
El romero, al llegar a este punto de su narración, calló por un instante; y después, exhalando un suspiro, tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano lego, algunos dependientes de la abadía y dos o tres pastores de la granja de los frailes, que formaban círculo alrededor del hogar, le escuchaban en un profundo silencio.
-Después -continuó- de recorrer toda Alemania, toda Italia y la mayor parte de este país clásico para la música religiosa, aún no he oído un Miserere en que pueda inspirarme, ni uno, ni uno, y he oído tantos, que puedo decir que los he oído todos.
-¿Todos? -dijo entonces interrumpiéndole uno de los rabadanes-. ¿A qué no habéis oído aún el Miserere de la Montaña?


-¡El Miserere de la Montaña! -exclamó el músico con aire de extrañeza-. ¿Qué Miserere es ése?
-¿No dije? -murmuró el campesino; y luego prosiguió con una entonación misteriosa-. Ese Miserere, que sólo oyen por casualidad los que como yo andan día y noche tras el ganado por entre breñas y peñascales, es toda una historia; una historia muy antigua, pero tan verdadera como al parecer increíble. Es el caso, que en lo más fragoso de esas cordilleras, de montañas que limitan el horizonte del valle, en el fondo del cual se halla la abadía, hubo hace ya muchos años, ¡que digo muchos años!, muchos siglos, un monasterio famoso; monasterio que, a lo que parece, edificó a sus expensas un señor con los bienes que había de legar a su hijo, al cual desheredó al morir, en pena de sus maldades. Hasta aquí todo fue bueno; pero es el caso que este hijo, que, por lo que se verá más adelante, debió de ser de la piel del diablo, si no era el mismo diablo en persona, sabedor de que sus bienes estaban en poder de los religiosos, y de que su castillo se había transformado en iglesia, reunió a unos cuantos bandoleros, camaradas suyos en la vida de perdición que emprendiera al abandonar la casa de sus padres, y una noche de Jueves Santo, en que los monjes se hallaban en el coro, y en el punto y hora en que iban a comenzar o habían comenzado el Miserere, pusieron fuego al monasterio, saquearon la iglesia, y a éste quiero, a aquél no, se dice que no dejaron fraile con vida. Después de esta atrocidad, se marcharon los bandidos y su instigador con ellos, adonde no se sabe, a los profundos tal vez. Las llamas redujeron el monasterio a escombros; de la iglesia aún quedan en pie las ruinas sobre el cóncavo peñón, de donde nace la cascada, que, después de estrellarse de peña en peña, forma el riachuelo que viene a bañar los muros de esta abadía.
-Pero -interrumpió impaciente el músico- ¿y el Miserere?
-Aguardaos -continuó con gran sorna el rabadán-, que todo irá por partes. Dicho lo cual, siguió así su historia:
-Las gentes de los contornos se escandalizaron del crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió con horror en las largas noches de velada; pero lo que mantiene más viva su memoria es que todos los años, tal noche como la en que se consumó, se ven brillar luces a través de las rotas ventanas de la iglesia; se oye como una especie de música extraña y unos cantos lúgubres y aterradores que se perciben a intervalos en las ráfagas del aire. Son los monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse preparados para presentarse en el tribunal de Dios limpios de toda culpa, vienen aún del purgatorio a impetrar su misericordia cantando el Miserere.
Los circunstantes se miraron unos a otros con muestras de incredulidad; sólo el romero, que parecía vivamente preocupado con la narración de la historia, preguntó con ansiedad al que la había referido:
-¿Y decís que ese portento se repite aún?
-Dentro de tres horas comenzará sin falta alguna, porque precisamente esta noche es la de Jueves Santo, y acaban de dar las ocho en el reloj de la abadía.
-¿A qué distancia se encuentra el monasterio?
-A una legua y media escasa...; pero ¿qué hacéis? ¿Adónde vais con una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! -exclamaron todos al ver que el romero, levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el hogar para dirigirse a la puerta.
-¿A dónde voy? A oír esa maravillosa música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.
Y esto diciendo, desapareció de la vista del espantado lego y de los no menos atónitos pastores.
El viento zumbaba y hacía crujir las puertas, como si una mano poderosa pugnase por arrancarlas de sus quicios; la lluvia caía en turbiones, azotando los vidrios de las ventanas, y de cuando en cuando la luz de un relámpago iluminaba por un instante todo el horizonte que desde ellas se descubría.
Pasado el primer momento de estupor, exclamó el lego:
-¡Está loco!
-¡Está loco! -repitieron los pastores; y atizaron de nuevo la lumbre y se agruparon alrededor del hogar.

II
Después de una o dos horas de camino, el misterioso personaje que calificaron de loco en la abadía, remontando la corriente del riachuelo que le indicó el rabadán de la historia, llegó al punto en que se levantaban negras e imponentes las ruinas del monasterio.
La lluvia había cesado; las nubes flotaban en oscuras bandas, por entre cuyos jirones se deslizaba a veces un furtivo rayo de luz pálida y dudosa; y el aire, al azotar los fuertes machones y extenderse por los desiertos claustros, diríase que exhalaba gemidos. Sin embargo, nada sobrenatural, nada extraño venía a herir la imaginación. Al que había dormido más de una noche sin otro amparo que las ruinas de una torre abandonada o un castillo solitario; al que había arrostrado en su larga peregrinación cien y cien tormentas, todos aquellos ruidos le eran familiares.
Las gotas de agua que se filtraban por entre las grietas de los rotos arcos y caían sobre las losas con un rumor acompasado, como el de la péndola de un reloj; los gritos del búho, que graznaba refugiado bajo el nimbo de piedra de una imagen, de pie aún en el hueco de un muro; el ruido de los reptiles, que despiertos de su letargo por la tempestad sacaban sus disformes cabezas de los agujeros donde duermen, o se arrastraban por entre los jaramagos y los zarzales que crecían al pie del altar, entre las junturas de las lápidas sepulcrales que formaban el pavimento de la iglesia, todos esos extraños y misteriosos murmullos del campo, de la soledad y de la noche, llegaban perceptibles al oído del romero que, sentado sobre la mutilada estatua de una tumba, aguardaba ansioso la hora en que debiera realizarse el prodigio.
Transcurrió tiempo y tiempo, y nada se percibió; aquellos mil confusos rumores seguían sonando y combinándose de mil maneras distintas, pero siempre los mismos.
-¡Si me habrá engañado! -pensó el músico; pero en aquel instante se oyó un ruido nuevo, un ruido inexplicable en aquel lugar, como el que produce un reloj algunos segundos antes de sonar la hora: ruido de ruedas que giran, de cuerdas que se dilatan, de maquinaria que se agita sordamente y se dispone a usar de su misteriosa vitalidad mecánica, y sonó una campanada..., dos..., tres..., hasta once.
En el derruido templo no había campana, ni reloj, ni torre ya siquiera.
Aún no había expirado, debilitándose de eco en eco, la última campanada; todavía se escuchaba su vibración temblando en el aire, cuando los doseles de granito que cobijaban las esculturas, las gradas de mármol de los altares, los sillares de las ojivas, los calados antepechos del coro, los festones de tréboles de las cornisas, los negros machones de los muros, el pavimento, las bóvedas, la iglesia entera, comenzó a iluminarse espontáneamente, sin que se viese una antorcha, un cirio o una lámpara que derramase aquella insólita claridad.
Parecía como un esqueleto, de cuyos huesos amarillos se desprende ese gas fosfórico que brilla y humea en la oscuridad como una luz azulada, inquieta y medrosa.
Todo pareció animarse, pero con ese movimiento galvánico que imprime a la muerte contracciones que parodian la vida, movimiento instantáneo, más horrible aún que la inercia del cadáver que agita con su desconocida fuerza. Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos que, cruzándose y enlazándose caprichosamente entre sí, formaron con sus columnas un laberinto de pórfido.


Un vez reedificado el templo, comenzó a oírse un acorde lejano que pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves, que parecía salir del seno de la tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada vez más perceptible.
El osado peregrino comenzaba a tener miedo; pero con su miedo luchaba aún su fanatismo por todo lo desusado y maravilloso, y alentado por él dejó la tumba sobre que reposaba, se inclinó al borde del abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente, despeñándose con un trueno incesante y espantoso, y sus cabellos se erizaron de horror.
Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas las capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas mandíbulas y los blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de sus calaveras, vio los esqueletos de los monjes, que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor, el primer versículo del salmo de David: ¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!
Cuando los monjes llegaron al peristilo del templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando en él, fueron a arrodillarse en el coro, donde con voz más levantada y solemne prosiguieron entonando los versículos del salmo. La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte; era el monótono ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba, y el grito del búho escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse, algo más que parecía como el eco de un órgano que acompañaba los versículos del gigante himno de contrición del Rey Salmista, con notas y acordes tan gigantes como sus palabras terribles.
Siguió la ceremonia; el músico que la presenciaba, absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real, vivir en esa región fantástica del sueño en que todas las cosas se revisten de formas extrañas y fenomenales.
Un sacudimiento terrible vino a sacarle de aquel estupor que embargaba todas las facultades de su espíritu. Sus nervios saltaron al impulso de una emoción fortísima, sus dientes chocaron, agitándose con un temblor imposible de reprimir, y el frío penetró hasta la médula de los huesos.
Los monjes pronunciaban en aquel instante estas espantosas palabras del Miserere:
In iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.
Al resonar este versículo y dilatarse sus ecos retumbando de bóveda en bóveda, se levantó un alarido tremendo, que parecía un grito de dolor arrancado a la Humanidad entera por la conciencia de sus maldades, un grito horroroso, formado de todos los lamentos del infortunio, de todos los aullidos de la desesperación, de todas las blasfemias de la impiedad; concierto monstruoso, digno intérprete de los que viven en el pecado y fueron concebidos en la iniquidad.
Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora semejante a un rayo de sol que rompe la nube oscura de una tempestad, haciendo suceder a un relámpago de terror otro relámpago de júbilo, hasta que merced a una transformación súbita, la iglesia resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas de los monjes se vistieron de sus carnes; una aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes; se rompió la cúpula, y a través de ella se vio el cielo como un océano de lumbre abierto a la mirada de los justos.
Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las jerarquías acompañaban con un himno de gloria este versículo, que subía entonces al trono del Señor como una tromba armónica, como una gigantesca espiral de sonoro incienso:
Auditui meo dabis gaudium et lœtitiam: et exultabunt ossa humiliata.
En este punto la claridad deslumbradora cegó los ojos del romero, sus sienes latieron con violencia, zumbaron sus oídos y cayó sin conocimiento por tierra, y nada más oyó.

III
Al día siguiente, los pacíficos monjes de la abadía de Fitero, a quienes el hermano lego había dado cuenta de la extraña visita de la noche anterior, vieron entrar por sus puertas, pálido y como fuera de sí, al desconocido romero.
-¿Oísteis al cabo el Miserere? -le preguntó con cierta mezcla de ironía el lego, lanzando a hurtadillas una mirada de inteligencia a sus superiores.
-Sí -respondió el músico.
-¿Y qué tal os ha parecido?
-Lo voy a escribir. Dadme un asilo en vuestra casa -prosiguió dirigiéndose al abad-; un asilo y pan por algunos meses, y voy a dejaros una obra inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas a los ojos de Dios, eternice mi memoria y eternice con ella la de esta abadía.


Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al abad que accediese a su demanda; el abad, por compasión, aun creyéndole un loco, accedió al fin a ella, y el músico, instalado ya en el monasterio, comenzó su obra.
Noche y día trabajaba con un afán incesante. En mitad de su tarea se paraba, y parecía como escuchar algo que sonaba en su imaginación, y se dilataban sus pupilas, saltaba en el asiento, y exclamaba:
-¡Eso es; así, así, no hay duda..., así! Y proseguía escribiendo notas con una rapidez febril, que dio en más de una ocasión que admirar a los que le observaban sin ser vistos.
Escribió los primeros versículos y los siguientes, y hasta la mitad del Salmo, pero al llegar al último que había oído en la montaña, le fue imposible proseguir.
Escribió uno, dos, cien, doscientos borradores; todo inútil. Su música no se parecía a aquella música ya anotada, y el sueño huyó de sus párpados, y perdió el apetito, y la fiebre se apoderó de su cabeza, y se volvió loco, y se murió, en fin, sin poder terminar el Miserere, que, como una cosa extraña, guardaron los frailes a su muerte y aún se conserva hoy en el archivo de la abadía.
Cuando el viejecito concluyó de contarme esta historia, no pude menos de volver otra vez los ojos al empolvado y antiguo manuscrito del Miserere, que aún estaba abierto sobre una de las mesas.
In peccatis concepit me mater mea
Éstas eran las palabras de la página que tenía ante mi vista, y que parecía mofarse de mí con sus notas, sus llaves y sus garabatos ininteligibles para los legos en la música.
Por haberlas podido leer hubiera dado un mundo.
¿Quién sabe si no serán una locura?


Las ilustraciones en cómic proceden de la versión de Carlos Giménez. Aquí encontrarás más información.

Fotos antiguas, 2

La foto de la pandilla

El día anterior a la foto, en la asignatura de plástica, teníamos que hacer una maqueta en grupos de seis personas. Entonces formé el grupo con mis amigos Abraham, Enrique, Israel, Santiago y Sergio, y creamos una especie de ciudad con carreteras. Ese mismo día, decidimos que al día siguiente nos traeríamos coches de juguete para estrenar la maqueta.
En el día de la foto, en el colegio se celebraba el carnaval, y, como los años anteriores, todos los cursos hacían un baile ensayado en la asignatura de Educación Física. Yo no me acordé de que ese día era carnaval, y me traje el coche, con la mala suerte de que, en el disfraz, no tenía bolsillos, así que, en el baile, tuve que meterme los coches en las mangas del disfraz, así que no pude bailar bien. Después de todos los bailes, nuestros tutores nos llevaron a nuestras aulas. Al poco de subir, subieron las madres de mis amigos a darles los coches, y en ese momento caí en que podría haberle dado el coche a mi madre y haber hecho bien el baile, pero no le di mucha importancia y seguimos jugando. Algunos de mis compañeros se reían de nosotros, porque decían que esos juegos eran para niños de dos años y nosotros  teníamos siete años, pero no les hicimos caso y seguimos jugando.

Al salir del colegio, mi madre nos llevó a comer a mí y a mis amigos a mi casa. Para comer, mi madre nos hizo unos macarrones, mi comida favorita de entonces, y nos lo pasábamos muy bien porque, en mi habitación, tenía una alfombra con un estampado de carreteras y seguimos el juego al que estábamos jugando en el colegio. Entonces, mi madre nos dijo que fuéramos al salón y en el sofá nos sacó la foto. 
Daniel Muñoz
4º E

domingo, 4 de octubre de 2015

Fotos antiguas, 1

En el parque


Era un año antes de empezar el colegio y, como casi siempre, mis abuelos venían a buscarme a casa y me llevaban al parque. Me encantaba ir con ellos. Siempre me dicen que no paraba de subirme en los toboganes y columpios. En la foto se ve cómo tengo los dientes partidos, y eso es porque era muy inquieta, no paraba, y un día, en mi pueblo, me caí de boca en un escalón y me los rompí.
Volviendo al tema, me gustaba mucho montarme en los columpios con mi abuelo, o también que me empujara, ya que era muy pequeña y no sabía yo sola.
La verdad, echo mucho de menos la infancia, el ser un poco inocente en todo, aunque siéndolo te duelen más las cosas.
Mi abuela también solía empujarme en el columpio, yo siempre le decía que me diera más fuerte, porque quería tocar el cielo. Aunque también debo decir que era un poco miedica en ciertas cosas.
Mis abuelos fueron de gran ayuda para mi madre (aunque lo siguen siendo), ya que ella tenía que hacer la casa, la comida, ir a buscar a mi hermano al colegio…, porque, si hubiera estado yo con ella, no la habría dejado hacer todas sus tareas.
Admiro mucho esta foto…, me trae muchos recuerdos, siempre que paso por ese parque pienso en mis abuelos.
Mis abuelos estarían cansados de que me subiera tanto en el tobogán, y me dijeron: ``Quédate ahí sentada, y sonríe´´. 

Sara León
4º E

jueves, 1 de octubre de 2015

Objetos minúsculos, 1

Clip



Un clip es un objeto diminuto que suele venir en una caja junto con otros clips. Los clips pueden ser  tanto grises como de colores. Normalmente, en las cajas de clips que son de colores suele ser cada clip de un color. Hay gente que decide coger los clips de sus colores preferidos, otros cogen los clips para que todos sean del mismo color, y otros, simplemente, los cogen del primer color que se encuentran. También, dependiendo de la persona, varía la  cantidad de clips que se cogen de la caja. Algunas personas solo cogen un clip. A estas personas se les suele mover más la hoja, haciendo que las líneas de la plantilla que haya usado no sean tan eficaces, ya que se habrá estado moviendo continuamente y evitando mantener los márgenes correctamente. Otros prefieren usar dos clips, fijando así la parte de arriba. Este método suele ser eficaz, pero en algunas ocasiones, al desplazar la mano por la parte inferior del folio para escribir, se suele mover evitando así el correcto uso de la plantilla. Usar tres clips suele ser raro. La gente suele coger o dos o cuatro, pero no tres. Con tres consigues que la plantilla esté más fija, pero quedara una de las esquinas levantadas, normalmente molestando a la hora de escribir. Por último está la gente que decide usar cuatro clips. Con esto consigues mantener el folio fijo, y lo que te puede molestar al querer usar bien la plantilla es la luz impidiéndote ver bien las líneas o que hayas puesto mal el folio sobre la plantilla. Utilizar más de cuatro clips es raro, ya que no hay más de cuatro esquinas en un folio. Los clips suelen ser utilizados para mantener esta función, pero también puede desempeñar otras.

Carlos Canales
4º B