Recuerdo
esos días de verano, cuando los rayos de sol traspasaban la ventana de mi
habitación y hacían que te levantases con esa alegría descomunal.
Recuerdo esos meses de noviembre, cuando empezaba la “cuenta atrás de
navidad”, como yo la llamaba. Era mi época favorita. Los nervios por el ansiado
día que todos los niños esperábamos, los Reyes Magos. Creo recordar que pasaban
los años y, aun sabiendo que los Reyes Magos no existían, yo seguía
entusiasmada y con miedo a levantarme a media noche por si veía los regalos.
La noche de Halloween, San Valentín..., días tan simples y tan cortos
nos alegraban la infancia. En Halloween recuerdo ir al parque de atracciones y
disfrazarme, y por supuesto, aunque en España no fuera una tradición, mi madre
y yo siempre adornábamos la casa con pequeñas calabazas. En San Valentín la
mayoría de mis amigas mandaban preciosas cartas de amor, yo era demasiado
tímida.
Odiaba el instituto en muchas ocasiones, las matemáticas me hacían la
vida imposible, eran mi punto débil, pero no me arrepiento de haber acudido a
esa “cárcel”, como mis amigas lo llamaban, porque ahora estoy donde estoy,
viviendo mi vida lo más feliz que me imaginaba y con la carrera que deseaba.
Pero lo que con más emoción recuerdo era el amor adolescente, la
capacidad que teníamos para enamorarnos y cómo lo hacíamos. Esas cosquillas que
teníamos en el estómago al ver la persona que te gustaba, y lo roja que te
ponías, era precioso. Todo esto pasó hace veinte años pero lo recuerdo como si
fuera ayer y me alegro de ello.
La adolescencia siempre la recordaré como la etapa más bonita, junto a
la infancia, de mi vida. Cada momento era único e irrepetible y siempre
aprendías una experiencia nueva que te hacía más fuerte, por lo menos a mí.
Laura
Murillo 4ºB