martes, 10 de noviembre de 2015

Hace veinte años...


Recuerdo esos días de verano, cuando los rayos de sol traspasaban la ventana de mi habitación y hacían que te levantases con esa alegría descomunal.
Recuerdo esos meses de noviembre, cuando empezaba la “cuenta atrás de navidad”, como yo la llamaba. Era mi época favorita. Los nervios por el ansiado día que todos los niños esperábamos, los Reyes Magos. Creo recordar que pasaban los años y, aun sabiendo que los Reyes Magos no existían, yo seguía entusiasmada y con miedo a levantarme a media noche por si veía los regalos.
La noche de Halloween, San Valentín..., días tan simples y tan cortos nos alegraban la infancia. En Halloween recuerdo ir al parque de atracciones y disfrazarme, y por supuesto, aunque en España no fuera una tradición, mi madre y yo siempre adornábamos la casa con pequeñas calabazas. En San Valentín la mayoría de mis amigas mandaban preciosas cartas de amor, yo era demasiado tímida.
Odiaba el instituto en muchas ocasiones, las matemáticas me hacían la vida imposible, eran mi punto débil, pero no me arrepiento de haber acudido a esa “cárcel”, como mis amigas lo llamaban, porque ahora estoy donde estoy, viviendo mi vida lo más feliz que me imaginaba y con la carrera que deseaba.
Pero lo que con más emoción recuerdo era el amor adolescente, la capacidad que teníamos para enamorarnos y cómo lo hacíamos. Esas cosquillas que teníamos en el estómago al ver la persona que te gustaba, y lo roja que te ponías, era precioso. Todo esto pasó hace veinte años pero lo recuerdo como si fuera ayer y me alegro de ello.
La adolescencia siempre la recordaré como la etapa más bonita, junto a la infancia, de mi vida. Cada momento era único e irrepetible y siempre aprendías una experiencia nueva que te hacía más fuerte, por lo menos a mí.

Laura Murillo 4ºB

Una mirada hacia el exterior


A través de mi ventana se ven muchas cosas, de tal forma que, aunque alargara esta redacción tanto como pudiera, los detalles nunca dejarían de cambiar. Así que no voy a describir todos los detalles, pero intentaré contarlo de la forma más completa posible. En primer lugar no hace falta mirar muy hacia arriba para ver el cielo, ya que vivo en un piso tan alto que el cielo, al igual que los pájaros y las nubes, están fácilmente al alcance de mis ojos.
 Mi urbanización tiene los pisos construidos en forma de "L", así que, si miras a la izquierda, no muy lejos se pueden ver los últimos pisos del edificio de la izquierda, en cuyas ventanas he llegado a ver acciones cotidianas y no tan cotidianas de las vidas de las otras personas. Aunque la mayoría del tiempo, ya que estos edificios dan de cara al sol, suelen tener permanentemente las persianas bajadas. No sé por qué tienen que estar tan cerradas, será que no les gusta el sol...
Si miramos hacia abajo, las vistas son pocas, ya que hay muchos árboles, algunos de los cuales llegan a dar sombra a mi ventana. Hacia la derecha, se ve poca cosa; solamente, si tu vista es buena, puedes alcanzar a ver la esquina del patio de un colegio y una calle por la que se ven pasar muy pocos coches, ya que si la sigues te conduce a un callejón sin salida que la gente empezó a usar de garaje hace ya muchos años.
Y puestos a mirar a todas las direcciones, lo justo sería mirar también al frente, que también es mi vista favorita. ¿Qué tiene esta vista de especial para ser mi favorita? La respuesta es fácil: si la miras por mirar no tiene nada, ya que es solo un descampado que se pierde en la distancia hasta juntarse con el cielo. Pero creo que es eso lo bonito de esta vista, tiene la simpleza de ser un descampado, o al menos así lo ven las visitas, pero si vives con esas vistas permanentemente te das cuenta de su complejidad, ya que en primavera renace, con magníficas flores; en otoño las hojas de los árboles que son arrastradas por el viento lo tiñen de un naranja precioso, en invierno está mojado y lleno de charcos, y finalmente en verano se torna amarillento, seco y sin vida, y ya depende del calor, se quema o lo siegan a ras del suelo quedando en poca cosa hasta la primavera siguiente.
Hay muchas cosas más que se podrían describir mirando desde mi ventana, pero, como ya he dicho, sería largo e imposible describirlo entero. ¿Quién sabe? Tal vez algún día alguien podrá captar su belleza.

Irene Palomino 4ºB

Desde mi ventana



Si  te asomas a la ventana, te encuentras con un pequeño jardín, todo él vallado con una alambrada metálica. Dentro de él, hay dos pinos, que cuando hace mucho aire parece que van a atravesar los cristales de lo altos que son. Todo está lleno de plantas que los rodean con grandes piedras. Alrededor de este jardín hay unos bloques de pisos gigantescos. Nueve plantas. Hay una pequeña parte que está asfaltada, pero todo ello está con gran cantidad de arena, varios columpios. Los laterales están llenos de bancos de madera. Detrás de ellos, árboles grandes y verdes. A los pies de estos se encuentra todo tipo de plantas llamativas y arbustos. Al girar hacia tu derecha, hay una pequeña plaza que está asfaltada en piedras de medio tamaño. No hay bancos ni fuentes. Comunica con un colegio. Hay un letrero grande donde por el nombre del colegio.
Andrea Ortiz. 4º B

Los ejes rotos del universo


Para cualquiera que encuentre esto                         27/01/2324
                                                                                                     1902   
                                                                                                     3056…….
Si estás leyendo esto, significa que no todo acabó como se pensaba que acabaría. Describiré el paisaje brevemente. Puedo ver árboles en pedruscos que flotarán, digo habían flotado, ¡quiero decir flotan! Esto empieza a afectarme. ¿Por dónde iba? ¡Maldita sea! Ah, sí, el paisaje…, puedo ver dinosaurios, drones antropomórficos, engendros sacados de eras bíblicas. Los mares están por todas partes, desperdigados, la gravedad actuará. ¡Otra vez no!..., actuase, hubo actuado, !actúa¡ Eso es, actúa de una forma que no puedo comprender. Lo que está pasando, sea lo que sea, cada vez me afecta más. Parece como si el universo se separara, como si fuera una naranja que está siendo desgajada. Ni tan siquiera sé cómo aún existo. Y todo esto por esos malditos científicos que querían llegar demasiado lejos. ¿Y si somos los únicos en el universo? Las implicaciones que eso tendría, cuán estúpidos somos que hemos terminado con nuestra propia existencia.
¡Oh, dios¡ Qué horrible, acabo de ver cómo desaparece un pedazo del universo mismo, como si fuéramos bits en un mundo cibernético, como si el universo estuviese dividido en sectores.
¡Oh, no! Se acerca, se está, estuvo, estará, hubo est…
Alejandro Pentón. 4º B

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mi luz preferida

       

Me cuesta elegir un momento concreto del día porque su luz me guste más. El motivo es que prefiero los días nublados y con lluvia, y en esos días la luz no varía mucho que digamos, a no ser, claro está, que se haga de noche. Entonces ya la oscuridad es absoluta y, con tanta nube, ni siquiera se alcanza a ver la luna. La razón es que prefiero la oscuridad, ya sea de la noche o de la lluvia, a un sol tan fuerte que pique. De todas formas, si tuviera que elegir un momento en el que la luz solar no me molestara tanto, sería sin lugar a dudas la de la mañana, ya que es tan suave, clara y fina, que da la sensación de que fuera a romperse de un momento a otro. A veces, y esto tiene que ver con la redacción "Qué se ve desde mi ventana", la luz de la mañana pasa entre los altos arboles que la tapan y, cuando levantas el estor, las hojas de los árboles y el reflejo del agua hacen que el techo, el suelo y la pared de mi habitación parezcan un lienzo en vivo de las sombras de la naturaleza. Sí que es cierto que la luz que el sol da a las cuatro o cinco de la tarde es más brillante, pero también parece más forzada y hace que haga más calor. Y que la luz del atardecer da la sensación de estar apagada, como si no tuviera vida, así  que podría decir que es todo lo contrario a la luz de la mañana. En resumen, la luz del atardecer es más fría, sin vida e incluso siniestra. Pueden ser por estos motivos el porqué de que prefiera la luz de la mañana. Después de todas estas descripciones he llegado a la conclusión de que la luz de la mañana no es tan intensa como la luz del medio día, ni tan oscura como la luz del atardecer.

Irene Palomino. 4ºB

Fragancias


Es interesante cómo algunos olores nos pueden llamar tanto la atención y engatusarnos, y cómo otros nos pueden provocar tanto desagrado.
Hay muchos olores y, si te fijas, todos te recuerdan a algo. El olor del mar, esa brisa acompañada de agua y sal, el sonido de sus olas, que transmiten libertad. El protector solar me recuerda las vacaciones en la playa y cómo me la echaba mi madre cuando era pequeña para que no me quemara y me decían que esperara para meterme en el agua, para que no se me quitara la crema, pero yo seguía metiéndome; también me recuerda a la piscina, bañándome en el agua con mis amigos. Al verano en general.
El olor de la hierba recién cortada me recuerda cuando iba al campo, con mi familia y con mis amigos, en esos cumpleaños tan memorables, cuando jugábamos y nos revolcábamos por el césped y acabábamos tan agotados que, cuando llegaba a casa, me quedaba dormida nada más llegar, debido a tanto cansancio.
El olor de la mandarina, ese olor que perdura después de pelar la mandarina. Este olor me recuerda cuando era pequeña y merendaba rápido, al salir del colegio, para irme después a kárate.
El olor de la plastilina, que se quedaba impregnado en las manos hasta que llegaba a casa y me lavaba las manos. Recuerdo todos esos momentos en que teníamos que hacer figuras con la plastilina, y aquellos en los que jugábamos con ella, y cómo algunos mezclaban los colores de la plastilina, y luego no podían separarlas.
El típico olor de la paella, con el que sabía que me iba a encontrar cada domingo cuando visitara a mis abuelos. Y el olor de esas fragancias que caracterizan tanto a los abuelos, esas que hueles a distancia sabiendo que son ellos.
El olor a tierra mojada significaba que ibas a meterte en la cama con las gotas de lluvia sonando, al chocar contra el tejado, hasta que al final te acostumbrabas al sonido y conseguías dormirte.
Por último, el olor a granja, el olor de los animales. El que me hace recordar todas esas veces que íbamos a la granja y veíamos a los animales; esas excusiones que siempre terminaban con un plato de macarrones.
Cada momento tiene designado un olor con el que más tarde nos quedamos al recordarlo.

Natalia Jiménez. 4º E

martes, 3 de noviembre de 2015

La mejor luz del día


En mi opinión, la mejor luz del día es la del atardecer. No elijo esta luz por ningún motivo especial, sino por el único hecho de que es cuando el cielo es más bonito e impresionante. No es que suela ver esta luz muchas veces, ya que puede estar lloviendo, puede haber niebla, puedo no darme cuenta al mirar por la ventana o al fijarme en el cielo desde algún otro lugar como desde la calle, pero cuando la veo me quedo mirando un buen rato. La mayoría de las veces que he visto esta luz ha sido en el coche, tras volver de algún viaje, de algún sitio especial o de casa de alguien como un amigo o un familiar. La verdad que pocas veces he visto este tipo de luz desde dentro de mi casa, ya que suelo estar haciendo cosas y no suelo estar pendiente de cuándo empieza a anochecer. Ahora, con el cambio horario, es de noche sin que puedas darte cuenta, así que empieza a atardecer en plena tarde. En el lugar donde mejor he podido contemplar el atardecer es en  mi pueblo. En mi pueblo, el cielo es muy diferente y mucho más bonito que en Fuenlabrada. Parece mentira, ya que solo hay hora y media de distancia en coche, pero el hecho de que sea un pueblo y que no haya tanta contaminación influye mucho. En mi pueblo el cielo por el día es más azul, el atardecer es más colorido y la noche está muy bien decorada con varias estrellas, a diferencia de aquí, que solo se ven unas pocas.

Carlos Canales. 4º B

lunes, 2 de noviembre de 2015

Lo que hice esta tarde

            
Ayer, mientras hablaba con mi amiga Claudia, vi un chico muy guapo. Tenía ojos azules, muchos músculos y era moreno, sabía hacer muchos trucos en la pista de patinaje y. aunque se resbaló y cayó al suelo muchas veces, parecía que no paraba de intentarlo.
Mañana hemos quedado juntas para ir al Zara, la tienda que está al lado del Game, esa tienda donde van todos los frikis a comprar juegos. ¡Hablando de frikis!, ese chico que se sienta a tu lado es un poco aro y no para de hablar de juegos. Si yo fuera él, saldría un poco a la calle.
Me han dicho Sara y tu amiga que ya tienes novio, a ver si me lo presentas algún día. Un beso, Chochii.

*He escogido esta imagen porque es la cara que se me queda al ver cómo la gente pone apodos a los demás sin conocerlos. El cuadro es de Edvard Munch.
Carlos Pombo. 4º E

No rendirse nunca

       

   Recuerdo cuando hace treinta años estuve a punto de darme por vencida, a punto de renunciar a mi sueño. No fue una época fácil para mí, ya que cada vez me era más difícil compaginar el instituto y el conservatorio, el nivel de exigencia iba aumentando y yo sentía que no daba abasto. No fueron pocas las veces que me planteé dejar el conservatorio y abandonar mi sueño de ser guitarrista e impartir clases en mi propia academia. Menos mal que no me di por vencida. A día de hoy no podría decir exactamente qué fue lo que me hizo seguir adelante. Puede que fueran mis compañeras de conservatorio, a las que no podía ni pensar en dejar de ver cuatro días a la semana. Quizá fue mi padre, que desde siempre me ha enseñado a no rendirme, a ser perseverante y, sobre todo, a luchar por lo que quiero. A lo mejor fue la cara de ilusión de mi madre al verme tocar en las audiciones. Tal vez fuera que, en verdad, no me imagino mi día a día sin tocar la guitarra, ensayar con el piano o hacer algún ejercicio relacionado con música. Probablemente fue una mezcla de todo eso, aunque, fuera lo que fuera lo que hizo seguir adelante, doy gracias por ello. Si me hubiera rendido, ahora mismo no estaría dando clase en mi academia, ni tendría los maravillosos alumnos que tengo, ni estaría organizando el próximo festival de guitarra de este verano, que ya es casi una tradición en esta ciudad.

Iria Cousido 4º E

No todos los tíos somos iguales

       
 Estoy harto de que todas las pibas siempre piensen que todos los tíos somos iguales, y que vamos a lo que vamos. Pero parece ser que ninguna se ha parado a pensar en que tal vez existe un chico que sepa valorarlas, respetarlas, quererlas y, sobre todo, que no piensen que las vamos a utilizar, y en cuestión de días dejarlas para irnos con otras.
         Con esto quiero decir que sé de lo que hablo, porque a mí me ha pasado. Hace menos de un año conocí a una chica que se llama Marta; ella es la típica tía inteligente y maja, aunque pasa un poco de todo. Es una chavala bastante cariñosa. Puede sonar raro que un tío como yo describa así a una chica, pero ella es especial, consiguió que, en los dos meses de verano que estuve en el pueblo, tuviera más ganas de estar con ella que de jugar a la play con los colegas.
Yo no me daba cuenta de que me estaba pillando por Marta, pero mis chavales todo el rato me lo decían y me llamaban moñas, por no reconocerlo. Pero a mí me daba igual lo que me dijeran, yo solo quería aprovechar los días que me quedaban en el pueblo, para estar con ella.
         Ahora ya ha empezado el tuto, y sigo pensando lo mismo de aquella alocada chica. A día de hoy seguimos hablando, conociéndonos, y, aunque no nos vemos mucho, la tía me sigue molando mazo.  

Naiara Hidalgo 4ºE 

Orgullo y satisfacción, II


Muchas veces, los tíos se comportan de manera extraña ante un “no” cuando nos piden salir. Dependiendo de la forma de ser del tío al que le dices que no, se comporta de manera distinta, pero con la gran mayoría pasa lo mismo. Es verdad que también nosotras, sin querer, hacemos que el tío tenga que distanciarse, porque no he visto otra cosa igual, van de machotes y ante el rechazo se acobardan, o te ponen a parir entre sus amigos. Yo creo que no es necesario todo esto: si una tía te dice que no, no se refiere a que no quiera seguir teniendo una relación de amistad contigo, si no que no quiere ir más allá de esa relación. Algunos tíos escriben críticas sobre nosotras, que a veces no se entienden muy bien, pero tampoco hay que tomárselo a mal porque una mala crítica te hace mejor persona.
En este blog, he leído la redacción de un tío que nos clasifica y creo que es justo clasificarles a ellos también. A todos los ves venir, porque tendrán algunas virtudes, pero de lo que es el tema de discreción carecen totalmente. Uno de los grupos merece un poco la pena porque son los que, más o menos, buscan una relación seria, pero el problema de estos es que se achantan muy rápido; luego están los que solo quieren un rollito, pero, cuando les dices que no, te ponen a parir a tus espaldas; y luego están los capullos que solo cazan y encima, si les dices que no, los cabrones, aparte de meter mierda a tus espaldas, te hacen un “si te he visto no me acuerdo”.
Siempre suele escucharse de la bocas de los chicos que somos complicadas y difíciles de entender, como si nos pudieran manejar, pero lo que no saben ellos es que no hay por dónde pillarles porque siempre es blanco o es negro, es decir, o están en modo pasivo o se ponen borricos. ¿No pueden ser grises?
Ahora, saliendo del papel de la chica, lo que quiero decir con esta redacción, es que ni los chicos somos tan capullos, ni tan pasivos, ni tan borricos, ni tan cobardes, ni las chicas son todas iguales, ni piensan de la misma manera, e intentar saber cómo son las chicas y como son los chicos y comprenderlo, es muy difícil y más a nuestra edad. Dejémonos de preocupar por las chicas y las chicas por los chicos y centrémonos en el día a día, en el futuro y sobre todo, vivir y dejar vivir.


Daniel Muñoz. 4º E 

¿Qué veo desde mi ventana?


Hoy vengo a contaros lo que veo desde mi ventana, bueno, lo poco que veo, ya que mi ventana pilla haciendo esquina interior de varios edificios y además hay muchos árboles.
Desde mi ventana soy capaz de ver las ventanas de mis vecinos, el jardín comunitario y poco más, ya que los árboles del jardín me tapan toda la calle, pero aun así puedo ver la academia azul que hay debajo de mi casa, la farmacia y un bar.
Normalmente me suelen caer a la ventana pinzas y ropa de mis vecinos, también tiran colillas y otros objetos.
Soy capaz de ver también a todo el mundo que pase por mi ventana y, por desgracia, a escuchar a la gente que grita o que tiene la música muy alta.
No obstante, se puede ver parte de un parque, donde se suelen juntar muchos niños, la cocina de mi vecina e incluso una tienda de zapatos.
Siempre tengo la persiana bajada, por lo que nunca me fijo en lo que hay fuera porque, la verdad, me importa bastante poco ya que no hay nada de interés.

Eric Carrasco 4º B

El transcurso del tiempo


Lo sé, es irónico que yo, un chico de quince años, hable de este tema, ya que sería más lógico que lo hiciera otra persona de mayor edad. La verdad es que siempre me ha gustado darle uso a la cabeza, y es por eso que, al dedicarme a pensar, sobre todo me ha pasado con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que, aunque llevo relativamente poco tiempo de vida, me arrepiento de muchísimas cosas que he hecho (o no hice) y añoro miles de momentos de mi vida. Echo de menos muchos sucesos y sensaciones de mi infancia, y me entristece pensar que todas ellas simplemente han desaparecido de mi corazón, y son guardadas o más bien escondidas en mi mente.
               Desde mi punto de vista muchos de esos recuerdos que he vivido no deberían desaparecer, pero con el paso del tiempo será inevitable que se esfumen.
 Por otra parte tengo la sensación de que los recuerdos más importantes se conservarán y podré recordarlos con una sonrisa, pero también siento que aquellas sensaciones indescriptibles que todos vivimos (la sensación de aferrarte a una pierna de tu madre porque te hacía sentirte seguro y feliz, el cómo te sientes cuando estás cerca de una persona de la que te has enamorado, los momentos en los cuales no puedes parar de reírte estando con amigos, la ilusión con la que en tu más tierna infancia abrías tus regalos de cumpleaños o navidad...), aparte de ser efímeras, se van borrando poco a poco hasta que solo tenemos una vaga idea de cómo se sentían.
 También me entristece pensar en la enorme cantidad de recuerdos, ya sean buenos o malos, que a lo largo de mi vida he atesorado y olvidado. Si  soy sincero, tan solo me gustaría que, dentro de lo que me queda de vida, todos los recuerdos que viva permanezcan lo más vivos posible dentro de mi mente.

Iván García 4ºE

Graffiti


Hay graffiteros que pintan tan solo para pasar el rato, pero hay otros que lo hacen verdaderamente por gusto.
Banksy es uno de ellos. Tiene graffitis increíbles, por ejemplo el de un manifestante lanzando un ramo de flores.
Se podría decir que esta obra transmite la idea del uso de armas inesperadas. Es curioso, porque normalmente los manifestantes lanzan granadas o cualquier tipo de arma dañina, pero él lo hace con un ramo de flores. Creo que se gana más negociando con amabilidad que con maldad.
Una de sus obras más recientes, es la de una pareja ``abrazada´´ que, mientras están así, están mirando el móvil. Esta obra se llama Mobile Lovers. Realmente expresa lo que está pasando en nuestra sociedad: en vez de vivir el momento, estamos mirando una simple pantalla. Esto debería cambiar… si esto está sucediendo ahora, no quiero imaginar como será dentro de unos cincuenta años. La gente no se verá en persona, simplemente por el hecho de estar mirando una pantalla.
Banksy utiliza el hecho de hacer graffitis para comunicarse, y, la verdad, si te pones a mirar sus obras, lleva toda la razón. Es muy valiente al hacer lo que hace y mostrarlo en medio de las ciudades.
El graffiti es un arte, expresas lo que sientes, lo que quieres, como quieres. No entiendo por qué en algunos sitios en ilegal hacerlo  otras cosas peores no lo son.

                                                                  Sara León 4ºE

Elogio de la timidez


La timidez es una cualidad única, una cualidad que tienen algunas personas. Las que son tímidas pueden sentirse como si no fuesen nada en la sociedad; les gustaría poder hablar fluidamente, perder la vergüenza, decir cualquier cosa sin importarles lo que digan o piensen los demás. Pero ser una persona tímida tiene sus ventajas. Al pasar casi inadvertidos, los tímidos se enteran de muchas cosas. La gente tímida no suele hablar mucho y si lo hace suele ser con un tono de voz muy bajo; eso hace que despierten curiosidad en los demás, ya que la gente se pregunta por qué no hablan y cuando lo hacen se tienen que acercar para poder escuchar lo que dice el tímido,  así que por esa parte sí que llaman la atención de la gente, ya que estas personas normalmente quieren tratar de hacer que los tímidos hablen mucho más,  se relacionen con la gente y pierdan esa timidez que les caracteriza.
Los tímidos también se libran de meterse en problemas porque al tener la boca cerrada no pueden decir algo que no deberían.
Las personas tímidas, al estar calladas,  pasan desapercibidas y, si por casualidad se enteran de algo, como un secreto, puedes estar tranquilo ya que no lo irán contando por ahí;  es más, puede que se olviden de aquello que escucharon.
Los tímidos, al hablar, llamarán la atención de la gente porque los demás pedirán silencio para que puedan oír al tímido, así que prácticamente ellos no tendrán que hacer nada para que se les pueda oír.

Ser tímido tiene muchas ventajas, puedes pasar al lado de la gente y prácticamente serás como alguien invisible, como un fantasma. Esta cualidad no tiene nada de malo ya que todos alguna que otra vez, en ciertas ocasiones,  también podemos llegar a ser muy tímidos.
Dayana Rubio. 4º E

Ellos por ellas


Según me desperté, miré el móvil. No tenía ningún mensaje de nadie, ni ninguna llamada. Me levanté, fui hacia la cocina y sorprendentemente me encontré a mi hermana desayunando cuando no eran ni las diez de la mañana, y eso que es muy dormilona, como yo. Desayuné con ella mientras veíamos la televisión. Cuando acabé me fui a despertar a mi perro, ya que seguía en la caseta. Me vestí y me fui a pasearle un rato. De camino me encontré con mis amigos y me quedé hablando con ellos unos minutos. Charlamos sobre qué haríamos a lo largo de la tarde. Todos nos pusimos de acuerdo en ir a una pista de fútbol a jugar. Nos despedimos, quedamos a las seis y me volví a casa con mi perro Teddy. De camino a casa fui jugando con él a lanzarle una pelota,  cuando de repente apareció otro perro igual que el mío. Jugaron un rato juntos,  pero no venía su dueño. Hasta que apareció una chica muy guapa y supuse que era de ella el perro. Era lo que pensaba, era suyo. Como vimos que se llevaban bastante bien los perros, decidimos quedar todos los días para pasearlos juntos. Por la tarde me fui con mis amigos a jugar y por las mañanas quedaba con ella. Pero hubo un problema, y fue que poco a poco me fui enamorando de ella. Y deseaba que llegase la mañana para poder verla y estar junto a ella.
Cristina Carrasco. 4º E

miércoles, 28 de octubre de 2015

El helado


Era el año 2002, mi familia y yo fuimos a veranear a Alicante (Guardamar). Como de costumbre, una de las noches salimos a dar un paseo por el familiar paseo marítimo de la zona.
Yo, al pasar por una heladería, me fijé en un helado de tarrina de chocolate, y enseguida se lo pedí a mis padres, pero ellos se negaron rotundamente, puesto que nunca me terminaba los helados y era tirar el dinero. Pero yo, caprichosa, seguí insistiendo más y más. Al fin, tras media noche insistiendo, conseguí mi delicioso helado de chocolate.
Cuando tuve el helado en mis manos por fin, noté que no sabía tal y como lo esperaba. Estaba demasiado frío y se me congelaban los dientes, y tenía un sabor un tanto amargo; ya no me apetecía y tan sólo me había comido una cucharada.
Nerviosa y preocupada, miraba a mi padre buscando la manera de decirle que no me gustaba el helado. No sabía qué hacer para deshacerme del helado. Tuve la gran idea de tirar la bola de helado a una papelera. En el intento de hacerlo, mi padre me pilló, y por desgracia no me dio tiempo a tirarlo, o mucho peor: ahora estaba mucho más obligada a terminarme el dichoso helado.
            Pasada una hora aún seguía el helado entre mis manos. Ya no aguantaba seguir esforzándome en comerme el helado, así que comencé a llorar de desesperación.
Y, sin darme cuenta, mi padre, agobiado y desesperado entre mis molestos sollozos, me cogió el helado y me lo tiró por la cabeza. Y yo, perpleja, no eché ni una sola lágrima hasta llegar al hotel. Y entonces me hicieron esta foto.
Patricia Rodríguez. 4º E

lunes, 26 de octubre de 2015

Ítaca


Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
   Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
   Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
   Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
   Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.


C. P. Cavafis. 

domingo, 25 de octubre de 2015

La mejor hora del día


En mi opinión, la mejor hora del día es el atardecer. Depende de la estación que estés puede variar una hora u otra. 
Ese preciso momento donde el sol poco a poco se va escondiendo para dar lugar al anochecer, es la mezcla entre el día y la noche. Los colores son azules, anaranjados, amarillo oscuro e incluso rosas o morados. Ese color naranja que expresa emociones fuertes. Refleja la diversión, la sociabilidad y la alegría. 
Sin embargo, el color azul destaca por la reflexión de la calma. Lugares como la playa, montañas, lagunas, ríos..., son unos de los paisajes más hermosos que puedes disfrutar contemplándolos.                                                                                                                                       Su luz me transmite paz, tranquilidad y nostalgia. Por otra parte puedes sentir tristeza porque el día ya llega a su fin. O también puedes estar de buen humor sabiendo que en esa noche tienes planeado algo especial. 
La luz de los atardeceres se desvanece para dejar caer la oscuridad. Todas las ciudades duermen y sueñan con un nuevo día. Es el momento de la tranquilidad, por la mañana haces tu trabajo diario de instituto y cuando llega la tarde es el momento del descanso, del ocio y de todo aquello que más disfrutas. 
Natalia Gómez. 4º B

El paisaje que se esconde detrás de mi ventana


Vivo en una zona de lo más corriente. No tiene nada interesante que digamos. Es cierto que es una zona muy completa. Vivo cerca de un centro comercial, de una papelería, de una estación de Renfe, de parques, pero el paisaje que se esconde detrás de mi ventana no es especialmente increíble y maravilloso.
En mi casa hay muchas ventanas, como es de imaginar, pero voy a hablar sobre las vistas que se dan mirando por la ventana de mi habitación.
Si miramos por la ventana podemos ver dos enormes colegios llamados “Valle Inclán” y “ Víctor Jara”, en los que estudié cuándo era pequeña.
En el fondo se puede apreciar un montón de edificios que en Navidad se iluminan. A un lado de estos edificios se puede observar una gran estatua o monumento de un tamaño grande, de color bronce.
La verdad es que no se puede percibir gran cosa ya que es una zona un tanto vacía. En ocasiones, cuando no hay colegio o es festivo, se puede observar a los niños pequeños jugando en la hora del recreo en la pequeña guardería que se sitúa en uno de los colegios donde yo estudié.
La parte de mi casa donde se pueden ver más cosas es la cocina. Al ser tan grande puedes asomarte y ves una rotonda situada al lado de una farmacia, un bar y un restaurante, además de una peluquería. Y esto es lo que se ve desde ciertas partes de mi casa si te asomas a la ventana.

Laura Murillo 4ºB

Aburrimiento


No tengo muy claro cómo definir lo que se llama “el aburrimiento” o, simplemente, “aburrirse”. Más o menos es lo que siento mientras escribo esta redacción. Y no porque me parezca aburrida, tan solo porque quizás preferiría estar haciendo otras cosas.
El aburrimiento es ese vacío horrible que siento  cuando no tengo o no puedo hacer algo o no me apetece. A veces estoy tan aburrida que creo que de un momento a otro me echaré a llorar y entonces estaré haciendo algo.
Las personas nos aburrimos todos los días. Ya sea en clase, en el trabajo o en casa, en algún momento del día ocurre algo que no nos cuadra y hace que nos sintamos mal. Personalmente, cuando estoy aburrida lo único que me apetece es dormir, acelerar el reloj hacia adelante como si eso fuera a solucionar algo.
¿Y cómo se creó el aburrimiento? ¿Cómo nació? ¿Se aburría el primer hombre que pisó la Tierra? En mi opinión, no. Creo que al principio los humanos (o medio humanos) no tenían la mente suficiente para distinguir lo que hoy en día nos vale la pena y lo que no lo vale tanto, y tampoco tenían ninguna actividad de la que se pudiera cansar. Pero hemos evolucionado, desarrollando nuestro pensamiento abstracto, y hemos llegado a encontrar actividades que nos divierten y nos hacen felices.
Pero estas actividades finalmente nos acababan pareciendo exhaustivas, como si fueran una rutina. Así que tocaba buscarse o inventarse algo nuevo que hacer.
El aburrimiento, en mi opinión, no es algo tan malo al fin y al cabo. Es un estado en el que entramos las personas cuando lo que sea que estuviéramos haciendo nos cansa después de repetirlo una, y otra, y otra vez…
Pero aún así siempre habrá cosas que nos diviertan durante más tiempo, y otras que no duren nada.
Andrea Rojas. 4°B

Un rayo de alegría


Me considero una persona bastante solitaria, muy mía, incluso a veces hasta llegar al punto de insoportable. En cambio, mi hermana es la alegría incorporada en ese cuerpecito tan pequeño. Dejando esto a un lado, a comprensiva no la gana nadie, y a paciente tampoco.
Soy una persona que tiende a guardarse mucho las cosas, no va conmigo contar mis problemas a no ser que tenga mucho acumulado, y, cuando esto pasa, la explosión es tremebunda, y en estas ocasiones, la única que sabe calmarme es ella. Sé que siempre que nos peleamos ambas dos nos sentimos culpables, pero no importa; dejando el orgullo atrás nos reconciliamos con un abrazo, y verdaderamente adoro estos momentos en los que después de una discusión pasamos la noche  juntas, las dos tumbadas en la cama, a veces sin dirigirnos la palabra, otras riendo sin poder parar por cualquier tontería que nos haya hecho gracia, pero esto es insignificante porque sabemos que estamos juntas y que el lazo que nos une  es más fuerte que cualquier cosa.
Mi hermana es una pieza fundamental en el rompecabezas que es mi vida, y me atrevería a decir que, sin ella, nada tendría sentido.


Paula Gutiérrez 4ºE

Donde mi vida empieza


Todo empezó con dos corazones latiendo dentro del mismo cuerpo. Es impresionante cómo el cuerpo de una mujer está preparado para albergar a otra persona en su interior, una persona completamente diferente, pero a la vez parecida, a la mujer que la alberga. Este cuerpo te cuida, te alimenta y te forma, y una vez que estás listo te expulsa al mundo exterior para que comiences a hacer tu propia vida; pero las madres no se encargan solo de eso, se encargan de miles de cosas más.

Una vez que sales al exterior, se encarga de cuidarte, quererte y enseñarte. Las madres te enseñan cosas que no se aprenden en un colegio. Mi madre no me ha enseñado matemáticas, ciencias naturales o inglés; mi madre me ha enseñado cosas que para mí son mucho más valiosas: me ha enseñado a vivir, a cuidarme, a distinguir entre lo que está bien o está mal, a hablar, a reír, a andar y muchas otras cosas. Una madre siempre es un referente para un hijo. Los bebés aprenden por imitación, ¿y quién es una de las primeras personas a las que van a imitar?   A su madre, por supuesto. Una madre, por voluntad o por instinto, sabe siempre lo que su hijo necesita o quiere. La mía lo sabe. Una madre es algo único e irrepetible que todos necesitamos por más que lo neguemos. Yo necesito a la mía, y aunque me traten de niña mimada, es que, iguales o diferentes, nuestros corazones latieron juntos alguna vez, y por eso estas escasas palabras van dedicadas a mi madre, porque sé que, por más alto que vuele, con ella siempre tendré un hogar.

Lucía Juberías 4º E

martes, 20 de octubre de 2015

Orgullo y satisfacción


Cuando un amor no es correspondido, ves cómo es la persona a la que amas y te hace pensar si hubiera merecido la pena que fuera correspondido.
Para comprender esto, empezaré por el principio de una relación de noviazgo. Lo primero que pasa es el amor a primera vista, ya que solo te fijas en el exterior. A continuación, vas entablando una amistad y ves cómo es esa persona, cómo piensa, su forma de ser y reaccionar.
Entonces es cuando te planteas pedir a esa persona salir, pero lo curioso de esto es que no es la chica la que pide salir al chico, es el chico el que tiene que pedir salir a la chica. Eso es como una especie de norma con la que no estoy de acuerdo, y creo que es una norma de orgullo y de satisfacción de la chica, pero también digo que si no arriesgas no consigues nada.
Así que te armas de valor y te decides a pedirle salir, pero, de repente, te asaltan las preguntas de “¿y si me dice que no?”, “¿cómo voy a reaccionar si me dice sí?”, “si me dice que no, ¿seguiremos siendo amigos?” Entonces eso te echa para atrás, pero, si de verdad quieres a esa chica, harás todo lo posible para pedirle salir.
Una de las maneras es pedírselo a través de una carta. El problema de este método es que no obtienes una respuesta inmediata, y te pones más nervioso. Entonces es cuando  te dice: “No, pero seguiremos siendo amigos”. Eso es una trampa, eso te lo van a decir siempre en vez de decirte: “No quiero saber nada más de ti”. Sin embargo, dependiendo de la forma de ser de cada chica, se comportan de una manera o de otra.
Otra cosa que pasa es que el amor te ciega y solo ves virtudes. Hay chicas que parecen simpáticas, pero se enfadan contigo, no entiendo el por qué, pero hay que respetarlo; otras sí cumplen con lo de seguir siendo amigos, esas sí son las que merecería la pena, y hay otras que se enfadan y aparte de eso parecen que van a fastidiarte siempre, pero nunca directamente: siempre va a aparecer con amigos tuyos con lo que no se han hablado, o no le caían bien, y hacen cosas que contigo, cuando erais amigos, no hacía, y eso molesta.
Hay una película de Disney, El rey león, en cuya canción salía una estrofa que decía así: “Hacuna matata, vive y deja vivir…” ¿Por qué no pueden hacer eso? Ahora explico por qué. Las chicas que se comportan así son las más orgullosas. Ellas hacen eso para que sea el chico el que rompa la mistad porque se canse y se enfade. Lo que no saben es que los chicos podemos ser muy pacientes y no estallar con ira por estas tonterías, y al final son ellas la que hacen el ridículo, así que, chicas que leáis esto, no hagáis cosas así y vivir y dejad vivir.

Daniel Muñoz 4º E

La mejor hora del día


A mí lo  que realmente me fascina es ver cómo la luz del sol se convierte en la nada, y así desaparece entre dos líneas, como si se sumergiese en el agua. Ese día, mientras yo la contemplaba aquella noche en la playa, y a la vez me entraban ganas de ir a dondequiera que se vaya la luz para volver a contemplarla de nuevo. Porque esa luz naranja que se queda en el cielo me hace sentir esa pequeña energía que llevo dentro.
A la vez que baja el sol, mi cuerpo se va relajando, así hasta sentirme como una pompa, y aquí se empieza a soñar.
Empiezo a imaginarme cómo sería mi vida cuando crezca , y cómo es ahora en realidad. Pienso en aquellas metas que me iré poniendo para conseguir mis sueños. Reflexiono de todos y cada uno de los pasos que he dado en este camino de la vida. Recuerdo momentos divertidos y también algunos más aburridos, pero a la vez igual de interesantes; también algunos momentos de mi vida que nunca hubiese que sucediesen, aunque también son importantes. Pienso en cómo y cuándo he llegado a ser como soy y me siento bastante satisfecha de todo aquello he hecho hasta ahora aunque me haya equivocado o haya fallado a alguien, pero yo me considero bastante humilde y esa imagen es la  que quiero que la gente vea de mí.
Y por eso nunca dejaré de soñar todo lo que quiera y pueda soñar, y lo soñaré con todo el entusiasmo que voy a utilizar para conseguirlo.
Y , por último , vienen las estrellas. En este momento es cuando yo ya me he quedado dormida y puedo imaginar todo lo que quiera.

Andrea Muñoz. 4º B

lunes, 19 de octubre de 2015

El mapa


Abre los ojos. Estoy en la cama de un día normal, un día sábado en el que puedo hacer cualquier cosa y todo puede ocurrir. Me siento y pienso, reflexiono sobre lo que pasó ayer. Cómo pudo una amiga así hacerme tanto daño. Bueno, lo pasado, pasado está. No me puedo amargar con cosas que no me llevan a ninguna parte. Me levanto, voy a la cocina y cojo los cereales. Por una extraña razón no hay nadie en casa. Cojo un bol y echo leche y cereales. Al ver que mi madre no me contesta las llamadas, llamo a mi padre y me dice que están en el supermercado haciendo la compra. Yo cuelgo y sigo comiendo. Cojo la caja de cereales y miro, ya que son de esos que traen una sorpresa dentro. Los muevo y veo que al fondo hay una nota escrita a mano. La nota dice: “Lo mejor está en el interior”. Echo todos los cereales encima de la mesa y miro la caja, la caja vacía. Esta es rara porque el fondo hay una especie de mapa. Pienso que son de esos que traen las cajas para los niños, pero la nota escrita a mano me llama la atención, así que despliego la caja y veo que es un mapa de mi casa. Me levanto y veo que hay una X en la habitación de mis padres. Puede que ellos se hayan inventado este juego, pero me entra el gusanillo de saber qué hay en la X. Me dirijo hacia el punto y me sitúo encima de la baldosa que me indica y salto tres veces como me dice. De repente noto que la baldosa se mueve y debajo de ella hay una nota que dice: “Sigue buscando y hallarás”. De la nada aparece, a mi lado, una persona con cara sonriente y me entrega una llave y desaparece. Con la llave en mano corro a la puerta, la intento meter en la cerradura a ver si le entra, y en ese momento entra mis padres con la compra.

Isabela Castaño. 4º B

Mi hora de luz


Mi hora de luz favorita es la última hora, es decir, justo el atardecer, cuando el sol está dando sus últimos rayos de luz y se prepara para ir a dormir. Este momento me encanta ya que me trae muchos recuerdos, sobre todo me encanta verlo en el paisaje que forma mi pueblo, porque me gusta la imagen que veo desde mi ventana. Tenemos una casa bastante vieja pero construida en lo alto de una colina y se ve todo el pueblo, que está localizado en un pequeño valle. A decir verdad no me podré quejar, tenemos unas vistas privilegiadas del pueblo y del valle.
La razón por la que me hipnotiza ese paisaje es que me crea una melancolía impresionante, me hace recordar mis mejores momentos de niño, en especial esas largas tardes en el río, en el que cogíamos ranitas, lagartijas, culebrillas y pequeños pececillos; todas esas largas partidas a las cartas, en las que tengo que admitir que a día de hoy, con quince años que tengo, no recuerdo haber ganado ninguna; curioso y bastante penoso, la verdad, pero cada vez que lo recuerdo me hace reír. Recuerdo los largos partidos de fútbol, baloncesto, voleibol..., depende de lo que nos apeteciese ese día y en ese momento. Pero sobre todo esos largos y muy fríos baños en el río, y hablo del típico río en el que a mitad de verano te puedes encontrar pequeños trocitos de hielo, ya que el río baja directamente de la montaña.
Pero sin dudarlo en momento al que más me recuerda esa luz con diferentes tonos de rosa, morado, naranja, amarillo y azul es a mis abuelos, dos de las personas más importantes en mi vida.

Samuel Vega. 4º B

La ventana de mi habitación


Estaba yo en mi habitación, intentando inspirarme para escribir un poema, y de repente la habitación se quedó totalmente a oscuras. Encendí la lamparita pequeña porque la luz de la habitación se había fundido y la ventana se había cerrado. Vi lo que dejó la habitación a oscuras, era una cosa grande y viscosa de un color azul marino. Empecé a tener miedo , e intenté salir pero la puerta no se abría, estaba atascada; entonces me entró la curiosidad y toqué la cosa viscosa que estaba expandiéndose y entrando en mi habitación. Esta me absorbió la mano, así hasta absorberme todo el cuerpo; cerré los ojos por miedo a saber qué me estaba ocurriendo, y , cuando los abrí, pensando que todo había vuelto a la normalidad, lo que vi era increíble. Estaba sentada en medio de un valle lleno de flores, se podía ver desde allí un río , y a lo lejos un montón de montañas muy frondosas. Cuando  bajé la vista vi que justo a mi lado estaban, preparados para que yo empezase a escribir, una pluma y un cuaderno de hojas blancas. Después de haber asimilado todo, empecé a escribir, tantas poesías que la mano me ardía, y vi que cerca de mi había un charco muy parecido a la cosa viscosa de mi habitación. Me sumergí en él y volví a mi habitación. Todo había vuelto a la normalidad, la puerta se desenganchó y mis padres volvieron. Pensé que todo había sido un sueño, aunque no había sido así: la cosa viscosa hizo que no recordase todo con claridad y lo fui olvidando con el tiempo.

Andrea Muñoz. 4ºB

Entrenamiento


Ayer, en el entrenamiento, el imbécil de Sebas, uno de mi equipo, estuvo imitando al entrenador, ya que estaba por detrás y no le veía, que estaba explicando lo mismo de todos los días. ¿Pero cómo no le iba a estar imitando? El entrenador no paraba de repetir las mismas actividades y ejercicios que teníamos que hacer todos los días, ya nos sabíamos el más mínimo detalle del entrenamiento. Lo peor de todo fue el día que le dijimos que no hacía falta que nos dijera qué teníamos que hacer si no nos iba a cambiar la rutina ni las frecuencias. Después de decirle eso nos mandó a correr alrededor de la pista lo que quedaba de entrenamiento. Conociéndole, seguro que si alguno se paraba o reclamaba no le dejaría jugar en toda la temporada.
Bueno, volviendo a lo del entrenamiento de ayer, el imbécil de Sebas estaba subido encima un balón de fútbol, a la pata coja y poniendo caras raras. Al dar un salto, se pegó la hostia del siglo más silenciosa del mundo ya que, si no lo hubiéramos visto, no la habríamos escuchado, salvo porque, cuando Sebas se cayó, el balón que tenía terminó golpeando la cabeza del entrenador. Os mentiría si os dijera que como buen equipo que somos ayudamos a levantarse a Sebas, pero ¡bah!, a quién vamos a engañar, nos descojonamos y le hicimos una foto al entrenador, que estaba rojo de la furia, y a Sebas, que parecía un bicho aplastado. El entrenador se giró a Sebas como la niña del exorcista, y en ese momento decidí yo tomar la foto de la imagen que estará grabada de por vida en la memoria de Sebas.

Estéfany Palma 
4ºE

martes, 13 de octubre de 2015

Una aguja de un reloj


   ¿Qué es el tiempo? Una pregunta interesante, ¿verdad? Ciertas personas consideran que el tiempo no significa nada, que solo estamos en esta vida de paso; en cambio, otras le dan una importancia poco común. El tiempo es único, sí, todos sabemos que no podemos volver a cuando nos daba miedo dormir solos y mamá nos acogía en su cama, o cuando llegábamos cabizbajos a casa por no haber podido ir al parque a jugar. Es cierto, el tiempo es oro, y, una vez que se utiliza, no se puede recuperar, pero ¿por qué tanta importancia para algo tan insignificante? Millones de minutos y segundos pasan por nuestras vidas, son malgastados, y no nos percatamos de ello, no nos damos cuenta de lo valioso que es el tiempo, lo importante que es un simple movimiento de una aguja de un reloj. Queramos o no, este utensilio es un marcador de tiempo, nos limita, nos avisa, nos presiona…     Por esto  y mucho más tenemos que plantearnos  el momento, el día a día, hacer las cosas que realmente nos llenan.
   Es tan irónico que hasta un reloj se rompa con el tiempo…


                                          Paula Gutiérrez 4ºE

lunes, 5 de octubre de 2015

Gustavo Adolfo Bécquer, 'El miserere'


Hace algunos meses que visitando la célebre abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca, descubrí en uno de sus rincones dos o tres cuadernos de música bastante antiguos, cubiertos de polvo y hasta comenzados a roer por los ratones.
Era un Miserere.
Yo no sé la música; pero le tengo tanta afición, que, aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura de una ópera, y me paso las horas muertas hojeando sus páginas, mirando los grupos de notas más o menos apiñadas, las rayas, los semicírculos, los triángulos y las especies de etcéteras, que llaman llaves, y todo esto sin comprender una jota ni sacar maldito el provecho.
Consecuente con mi manía, repasé los cuadernos, y lo primero que me llamó la atención fue que, aunque en la última página había esta palabra latina, tan vulgar en todas las obras, finis, la verdad era que el Miserere no estaba terminado, porque la música no alcanzaba sino hasta el décimo versículo.
Esto fue sin duda lo que me llamó la atención primeramente; pero luego que me fijé un poco en las hojas de música, me chocó más aún el observar que en vez de esas palabras italianas que ponen en todas, como maestoso, allegro, ritardando, piú vivo, a piacere, había unos renglones escritos con letra muy menuda y en alemán, de los cuales algunos servían para advertir cosas tan difíciles de hacer como esto: Crujen... crujen los huesos, y de sus médulas han de parecer que salen los alaridos; o esta otra: La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena sin ensordecer; por eso suena todo, y no se confunde nada, y todo es la Humanidad que solloza y gime; o la más original de todas, sin duda, recomendaba al pie del último versículo: Las notas son huesos cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y su armonía... ¡fuerza!... fuerza y dulzura.
-¿Sabéis qué es esto? -pregunté a un viejecito que me acompañaba, al acabar de medio traducir estos renglones, que parecían frases escritas por un loco.
El anciano me contó entonces la leyenda que voy a referiros.
Hace ya muchos años, en una noche lluviosa y oscura, llegó a la puerta claustral de esta abadía un romero, y pidió un poco de lumbre para secar sus ropas, un pedazo de pan con que satisfacer su hambre, y un albergue cualquiera donde esperar la mañana y proseguir con la luz del sol su camino.
Su modesta colación, su pobre lecho y su encendido hogar, puso el hermano a quien se hizo esta demanda a disposición del caminante, al cual, después que se hubo repuesto de su cansancio, interrogó acerca del objeto de su romería y del punto a que se encaminaba.
-Yo soy músico -respondió el interpelado-, he nacido muy lejos de aquí, y en mi patria gocé un día de gran renombre. En mi juventud hice de mi arte un arma poderosa de seducción, y encendí con él pasiones que me arrastraron a un crimen. En mi vejez quiero convertir al bien las facultades que he empleado para el mal, redimiéndome por donde mismo pude condenarme.
Como las enigmáticas palabras del desconocido no pareciesen del todo claras al hermano lego, en quien ya comenzaba la curiosidad a despertarse, e instigado por ésta continuara en sus preguntas, su interlocutor prosiguió de este modo:
-Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus! Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta. Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor: ¡misericordia!, y el Señor la tendrá de su pobre criatura.
El romero, al llegar a este punto de su narración, calló por un instante; y después, exhalando un suspiro, tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano lego, algunos dependientes de la abadía y dos o tres pastores de la granja de los frailes, que formaban círculo alrededor del hogar, le escuchaban en un profundo silencio.
-Después -continuó- de recorrer toda Alemania, toda Italia y la mayor parte de este país clásico para la música religiosa, aún no he oído un Miserere en que pueda inspirarme, ni uno, ni uno, y he oído tantos, que puedo decir que los he oído todos.
-¿Todos? -dijo entonces interrumpiéndole uno de los rabadanes-. ¿A qué no habéis oído aún el Miserere de la Montaña?


-¡El Miserere de la Montaña! -exclamó el músico con aire de extrañeza-. ¿Qué Miserere es ése?
-¿No dije? -murmuró el campesino; y luego prosiguió con una entonación misteriosa-. Ese Miserere, que sólo oyen por casualidad los que como yo andan día y noche tras el ganado por entre breñas y peñascales, es toda una historia; una historia muy antigua, pero tan verdadera como al parecer increíble. Es el caso, que en lo más fragoso de esas cordilleras, de montañas que limitan el horizonte del valle, en el fondo del cual se halla la abadía, hubo hace ya muchos años, ¡que digo muchos años!, muchos siglos, un monasterio famoso; monasterio que, a lo que parece, edificó a sus expensas un señor con los bienes que había de legar a su hijo, al cual desheredó al morir, en pena de sus maldades. Hasta aquí todo fue bueno; pero es el caso que este hijo, que, por lo que se verá más adelante, debió de ser de la piel del diablo, si no era el mismo diablo en persona, sabedor de que sus bienes estaban en poder de los religiosos, y de que su castillo se había transformado en iglesia, reunió a unos cuantos bandoleros, camaradas suyos en la vida de perdición que emprendiera al abandonar la casa de sus padres, y una noche de Jueves Santo, en que los monjes se hallaban en el coro, y en el punto y hora en que iban a comenzar o habían comenzado el Miserere, pusieron fuego al monasterio, saquearon la iglesia, y a éste quiero, a aquél no, se dice que no dejaron fraile con vida. Después de esta atrocidad, se marcharon los bandidos y su instigador con ellos, adonde no se sabe, a los profundos tal vez. Las llamas redujeron el monasterio a escombros; de la iglesia aún quedan en pie las ruinas sobre el cóncavo peñón, de donde nace la cascada, que, después de estrellarse de peña en peña, forma el riachuelo que viene a bañar los muros de esta abadía.
-Pero -interrumpió impaciente el músico- ¿y el Miserere?
-Aguardaos -continuó con gran sorna el rabadán-, que todo irá por partes. Dicho lo cual, siguió así su historia:
-Las gentes de los contornos se escandalizaron del crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió con horror en las largas noches de velada; pero lo que mantiene más viva su memoria es que todos los años, tal noche como la en que se consumó, se ven brillar luces a través de las rotas ventanas de la iglesia; se oye como una especie de música extraña y unos cantos lúgubres y aterradores que se perciben a intervalos en las ráfagas del aire. Son los monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse preparados para presentarse en el tribunal de Dios limpios de toda culpa, vienen aún del purgatorio a impetrar su misericordia cantando el Miserere.
Los circunstantes se miraron unos a otros con muestras de incredulidad; sólo el romero, que parecía vivamente preocupado con la narración de la historia, preguntó con ansiedad al que la había referido:
-¿Y decís que ese portento se repite aún?
-Dentro de tres horas comenzará sin falta alguna, porque precisamente esta noche es la de Jueves Santo, y acaban de dar las ocho en el reloj de la abadía.
-¿A qué distancia se encuentra el monasterio?
-A una legua y media escasa...; pero ¿qué hacéis? ¿Adónde vais con una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! -exclamaron todos al ver que el romero, levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el hogar para dirigirse a la puerta.
-¿A dónde voy? A oír esa maravillosa música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.
Y esto diciendo, desapareció de la vista del espantado lego y de los no menos atónitos pastores.
El viento zumbaba y hacía crujir las puertas, como si una mano poderosa pugnase por arrancarlas de sus quicios; la lluvia caía en turbiones, azotando los vidrios de las ventanas, y de cuando en cuando la luz de un relámpago iluminaba por un instante todo el horizonte que desde ellas se descubría.
Pasado el primer momento de estupor, exclamó el lego:
-¡Está loco!
-¡Está loco! -repitieron los pastores; y atizaron de nuevo la lumbre y se agruparon alrededor del hogar.

II
Después de una o dos horas de camino, el misterioso personaje que calificaron de loco en la abadía, remontando la corriente del riachuelo que le indicó el rabadán de la historia, llegó al punto en que se levantaban negras e imponentes las ruinas del monasterio.
La lluvia había cesado; las nubes flotaban en oscuras bandas, por entre cuyos jirones se deslizaba a veces un furtivo rayo de luz pálida y dudosa; y el aire, al azotar los fuertes machones y extenderse por los desiertos claustros, diríase que exhalaba gemidos. Sin embargo, nada sobrenatural, nada extraño venía a herir la imaginación. Al que había dormido más de una noche sin otro amparo que las ruinas de una torre abandonada o un castillo solitario; al que había arrostrado en su larga peregrinación cien y cien tormentas, todos aquellos ruidos le eran familiares.
Las gotas de agua que se filtraban por entre las grietas de los rotos arcos y caían sobre las losas con un rumor acompasado, como el de la péndola de un reloj; los gritos del búho, que graznaba refugiado bajo el nimbo de piedra de una imagen, de pie aún en el hueco de un muro; el ruido de los reptiles, que despiertos de su letargo por la tempestad sacaban sus disformes cabezas de los agujeros donde duermen, o se arrastraban por entre los jaramagos y los zarzales que crecían al pie del altar, entre las junturas de las lápidas sepulcrales que formaban el pavimento de la iglesia, todos esos extraños y misteriosos murmullos del campo, de la soledad y de la noche, llegaban perceptibles al oído del romero que, sentado sobre la mutilada estatua de una tumba, aguardaba ansioso la hora en que debiera realizarse el prodigio.
Transcurrió tiempo y tiempo, y nada se percibió; aquellos mil confusos rumores seguían sonando y combinándose de mil maneras distintas, pero siempre los mismos.
-¡Si me habrá engañado! -pensó el músico; pero en aquel instante se oyó un ruido nuevo, un ruido inexplicable en aquel lugar, como el que produce un reloj algunos segundos antes de sonar la hora: ruido de ruedas que giran, de cuerdas que se dilatan, de maquinaria que se agita sordamente y se dispone a usar de su misteriosa vitalidad mecánica, y sonó una campanada..., dos..., tres..., hasta once.
En el derruido templo no había campana, ni reloj, ni torre ya siquiera.
Aún no había expirado, debilitándose de eco en eco, la última campanada; todavía se escuchaba su vibración temblando en el aire, cuando los doseles de granito que cobijaban las esculturas, las gradas de mármol de los altares, los sillares de las ojivas, los calados antepechos del coro, los festones de tréboles de las cornisas, los negros machones de los muros, el pavimento, las bóvedas, la iglesia entera, comenzó a iluminarse espontáneamente, sin que se viese una antorcha, un cirio o una lámpara que derramase aquella insólita claridad.
Parecía como un esqueleto, de cuyos huesos amarillos se desprende ese gas fosfórico que brilla y humea en la oscuridad como una luz azulada, inquieta y medrosa.
Todo pareció animarse, pero con ese movimiento galvánico que imprime a la muerte contracciones que parodian la vida, movimiento instantáneo, más horrible aún que la inercia del cadáver que agita con su desconocida fuerza. Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos que, cruzándose y enlazándose caprichosamente entre sí, formaron con sus columnas un laberinto de pórfido.


Un vez reedificado el templo, comenzó a oírse un acorde lejano que pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves, que parecía salir del seno de la tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada vez más perceptible.
El osado peregrino comenzaba a tener miedo; pero con su miedo luchaba aún su fanatismo por todo lo desusado y maravilloso, y alentado por él dejó la tumba sobre que reposaba, se inclinó al borde del abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente, despeñándose con un trueno incesante y espantoso, y sus cabellos se erizaron de horror.
Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas las capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas mandíbulas y los blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de sus calaveras, vio los esqueletos de los monjes, que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor, el primer versículo del salmo de David: ¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!
Cuando los monjes llegaron al peristilo del templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando en él, fueron a arrodillarse en el coro, donde con voz más levantada y solemne prosiguieron entonando los versículos del salmo. La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte; era el monótono ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba, y el grito del búho escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse, algo más que parecía como el eco de un órgano que acompañaba los versículos del gigante himno de contrición del Rey Salmista, con notas y acordes tan gigantes como sus palabras terribles.
Siguió la ceremonia; el músico que la presenciaba, absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real, vivir en esa región fantástica del sueño en que todas las cosas se revisten de formas extrañas y fenomenales.
Un sacudimiento terrible vino a sacarle de aquel estupor que embargaba todas las facultades de su espíritu. Sus nervios saltaron al impulso de una emoción fortísima, sus dientes chocaron, agitándose con un temblor imposible de reprimir, y el frío penetró hasta la médula de los huesos.
Los monjes pronunciaban en aquel instante estas espantosas palabras del Miserere:
In iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.
Al resonar este versículo y dilatarse sus ecos retumbando de bóveda en bóveda, se levantó un alarido tremendo, que parecía un grito de dolor arrancado a la Humanidad entera por la conciencia de sus maldades, un grito horroroso, formado de todos los lamentos del infortunio, de todos los aullidos de la desesperación, de todas las blasfemias de la impiedad; concierto monstruoso, digno intérprete de los que viven en el pecado y fueron concebidos en la iniquidad.
Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora semejante a un rayo de sol que rompe la nube oscura de una tempestad, haciendo suceder a un relámpago de terror otro relámpago de júbilo, hasta que merced a una transformación súbita, la iglesia resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas de los monjes se vistieron de sus carnes; una aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes; se rompió la cúpula, y a través de ella se vio el cielo como un océano de lumbre abierto a la mirada de los justos.
Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las jerarquías acompañaban con un himno de gloria este versículo, que subía entonces al trono del Señor como una tromba armónica, como una gigantesca espiral de sonoro incienso:
Auditui meo dabis gaudium et lœtitiam: et exultabunt ossa humiliata.
En este punto la claridad deslumbradora cegó los ojos del romero, sus sienes latieron con violencia, zumbaron sus oídos y cayó sin conocimiento por tierra, y nada más oyó.

III
Al día siguiente, los pacíficos monjes de la abadía de Fitero, a quienes el hermano lego había dado cuenta de la extraña visita de la noche anterior, vieron entrar por sus puertas, pálido y como fuera de sí, al desconocido romero.
-¿Oísteis al cabo el Miserere? -le preguntó con cierta mezcla de ironía el lego, lanzando a hurtadillas una mirada de inteligencia a sus superiores.
-Sí -respondió el músico.
-¿Y qué tal os ha parecido?
-Lo voy a escribir. Dadme un asilo en vuestra casa -prosiguió dirigiéndose al abad-; un asilo y pan por algunos meses, y voy a dejaros una obra inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas a los ojos de Dios, eternice mi memoria y eternice con ella la de esta abadía.


Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al abad que accediese a su demanda; el abad, por compasión, aun creyéndole un loco, accedió al fin a ella, y el músico, instalado ya en el monasterio, comenzó su obra.
Noche y día trabajaba con un afán incesante. En mitad de su tarea se paraba, y parecía como escuchar algo que sonaba en su imaginación, y se dilataban sus pupilas, saltaba en el asiento, y exclamaba:
-¡Eso es; así, así, no hay duda..., así! Y proseguía escribiendo notas con una rapidez febril, que dio en más de una ocasión que admirar a los que le observaban sin ser vistos.
Escribió los primeros versículos y los siguientes, y hasta la mitad del Salmo, pero al llegar al último que había oído en la montaña, le fue imposible proseguir.
Escribió uno, dos, cien, doscientos borradores; todo inútil. Su música no se parecía a aquella música ya anotada, y el sueño huyó de sus párpados, y perdió el apetito, y la fiebre se apoderó de su cabeza, y se volvió loco, y se murió, en fin, sin poder terminar el Miserere, que, como una cosa extraña, guardaron los frailes a su muerte y aún se conserva hoy en el archivo de la abadía.
Cuando el viejecito concluyó de contarme esta historia, no pude menos de volver otra vez los ojos al empolvado y antiguo manuscrito del Miserere, que aún estaba abierto sobre una de las mesas.
In peccatis concepit me mater mea
Éstas eran las palabras de la página que tenía ante mi vista, y que parecía mofarse de mí con sus notas, sus llaves y sus garabatos ininteligibles para los legos en la música.
Por haberlas podido leer hubiera dado un mundo.
¿Quién sabe si no serán una locura?


Las ilustraciones en cómic proceden de la versión de Carlos Giménez. Aquí encontrarás más información.