martes, 10 de noviembre de 2015

Hace veinte años...


Recuerdo esos días de verano, cuando los rayos de sol traspasaban la ventana de mi habitación y hacían que te levantases con esa alegría descomunal.
Recuerdo esos meses de noviembre, cuando empezaba la “cuenta atrás de navidad”, como yo la llamaba. Era mi época favorita. Los nervios por el ansiado día que todos los niños esperábamos, los Reyes Magos. Creo recordar que pasaban los años y, aun sabiendo que los Reyes Magos no existían, yo seguía entusiasmada y con miedo a levantarme a media noche por si veía los regalos.
La noche de Halloween, San Valentín..., días tan simples y tan cortos nos alegraban la infancia. En Halloween recuerdo ir al parque de atracciones y disfrazarme, y por supuesto, aunque en España no fuera una tradición, mi madre y yo siempre adornábamos la casa con pequeñas calabazas. En San Valentín la mayoría de mis amigas mandaban preciosas cartas de amor, yo era demasiado tímida.
Odiaba el instituto en muchas ocasiones, las matemáticas me hacían la vida imposible, eran mi punto débil, pero no me arrepiento de haber acudido a esa “cárcel”, como mis amigas lo llamaban, porque ahora estoy donde estoy, viviendo mi vida lo más feliz que me imaginaba y con la carrera que deseaba.
Pero lo que con más emoción recuerdo era el amor adolescente, la capacidad que teníamos para enamorarnos y cómo lo hacíamos. Esas cosquillas que teníamos en el estómago al ver la persona que te gustaba, y lo roja que te ponías, era precioso. Todo esto pasó hace veinte años pero lo recuerdo como si fuera ayer y me alegro de ello.
La adolescencia siempre la recordaré como la etapa más bonita, junto a la infancia, de mi vida. Cada momento era único e irrepetible y siempre aprendías una experiencia nueva que te hacía más fuerte, por lo menos a mí.

Laura Murillo 4ºB

Una mirada hacia el exterior


A través de mi ventana se ven muchas cosas, de tal forma que, aunque alargara esta redacción tanto como pudiera, los detalles nunca dejarían de cambiar. Así que no voy a describir todos los detalles, pero intentaré contarlo de la forma más completa posible. En primer lugar no hace falta mirar muy hacia arriba para ver el cielo, ya que vivo en un piso tan alto que el cielo, al igual que los pájaros y las nubes, están fácilmente al alcance de mis ojos.
 Mi urbanización tiene los pisos construidos en forma de "L", así que, si miras a la izquierda, no muy lejos se pueden ver los últimos pisos del edificio de la izquierda, en cuyas ventanas he llegado a ver acciones cotidianas y no tan cotidianas de las vidas de las otras personas. Aunque la mayoría del tiempo, ya que estos edificios dan de cara al sol, suelen tener permanentemente las persianas bajadas. No sé por qué tienen que estar tan cerradas, será que no les gusta el sol...
Si miramos hacia abajo, las vistas son pocas, ya que hay muchos árboles, algunos de los cuales llegan a dar sombra a mi ventana. Hacia la derecha, se ve poca cosa; solamente, si tu vista es buena, puedes alcanzar a ver la esquina del patio de un colegio y una calle por la que se ven pasar muy pocos coches, ya que si la sigues te conduce a un callejón sin salida que la gente empezó a usar de garaje hace ya muchos años.
Y puestos a mirar a todas las direcciones, lo justo sería mirar también al frente, que también es mi vista favorita. ¿Qué tiene esta vista de especial para ser mi favorita? La respuesta es fácil: si la miras por mirar no tiene nada, ya que es solo un descampado que se pierde en la distancia hasta juntarse con el cielo. Pero creo que es eso lo bonito de esta vista, tiene la simpleza de ser un descampado, o al menos así lo ven las visitas, pero si vives con esas vistas permanentemente te das cuenta de su complejidad, ya que en primavera renace, con magníficas flores; en otoño las hojas de los árboles que son arrastradas por el viento lo tiñen de un naranja precioso, en invierno está mojado y lleno de charcos, y finalmente en verano se torna amarillento, seco y sin vida, y ya depende del calor, se quema o lo siegan a ras del suelo quedando en poca cosa hasta la primavera siguiente.
Hay muchas cosas más que se podrían describir mirando desde mi ventana, pero, como ya he dicho, sería largo e imposible describirlo entero. ¿Quién sabe? Tal vez algún día alguien podrá captar su belleza.

Irene Palomino 4ºB

Desde mi ventana



Si  te asomas a la ventana, te encuentras con un pequeño jardín, todo él vallado con una alambrada metálica. Dentro de él, hay dos pinos, que cuando hace mucho aire parece que van a atravesar los cristales de lo altos que son. Todo está lleno de plantas que los rodean con grandes piedras. Alrededor de este jardín hay unos bloques de pisos gigantescos. Nueve plantas. Hay una pequeña parte que está asfaltada, pero todo ello está con gran cantidad de arena, varios columpios. Los laterales están llenos de bancos de madera. Detrás de ellos, árboles grandes y verdes. A los pies de estos se encuentra todo tipo de plantas llamativas y arbustos. Al girar hacia tu derecha, hay una pequeña plaza que está asfaltada en piedras de medio tamaño. No hay bancos ni fuentes. Comunica con un colegio. Hay un letrero grande donde por el nombre del colegio.
Andrea Ortiz. 4º B

Los ejes rotos del universo


Para cualquiera que encuentre esto                         27/01/2324
                                                                                                     1902   
                                                                                                     3056…….
Si estás leyendo esto, significa que no todo acabó como se pensaba que acabaría. Describiré el paisaje brevemente. Puedo ver árboles en pedruscos que flotarán, digo habían flotado, ¡quiero decir flotan! Esto empieza a afectarme. ¿Por dónde iba? ¡Maldita sea! Ah, sí, el paisaje…, puedo ver dinosaurios, drones antropomórficos, engendros sacados de eras bíblicas. Los mares están por todas partes, desperdigados, la gravedad actuará. ¡Otra vez no!..., actuase, hubo actuado, !actúa¡ Eso es, actúa de una forma que no puedo comprender. Lo que está pasando, sea lo que sea, cada vez me afecta más. Parece como si el universo se separara, como si fuera una naranja que está siendo desgajada. Ni tan siquiera sé cómo aún existo. Y todo esto por esos malditos científicos que querían llegar demasiado lejos. ¿Y si somos los únicos en el universo? Las implicaciones que eso tendría, cuán estúpidos somos que hemos terminado con nuestra propia existencia.
¡Oh, dios¡ Qué horrible, acabo de ver cómo desaparece un pedazo del universo mismo, como si fuéramos bits en un mundo cibernético, como si el universo estuviese dividido en sectores.
¡Oh, no! Se acerca, se está, estuvo, estará, hubo est…
Alejandro Pentón. 4º B

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mi luz preferida

       

Me cuesta elegir un momento concreto del día porque su luz me guste más. El motivo es que prefiero los días nublados y con lluvia, y en esos días la luz no varía mucho que digamos, a no ser, claro está, que se haga de noche. Entonces ya la oscuridad es absoluta y, con tanta nube, ni siquiera se alcanza a ver la luna. La razón es que prefiero la oscuridad, ya sea de la noche o de la lluvia, a un sol tan fuerte que pique. De todas formas, si tuviera que elegir un momento en el que la luz solar no me molestara tanto, sería sin lugar a dudas la de la mañana, ya que es tan suave, clara y fina, que da la sensación de que fuera a romperse de un momento a otro. A veces, y esto tiene que ver con la redacción "Qué se ve desde mi ventana", la luz de la mañana pasa entre los altos arboles que la tapan y, cuando levantas el estor, las hojas de los árboles y el reflejo del agua hacen que el techo, el suelo y la pared de mi habitación parezcan un lienzo en vivo de las sombras de la naturaleza. Sí que es cierto que la luz que el sol da a las cuatro o cinco de la tarde es más brillante, pero también parece más forzada y hace que haga más calor. Y que la luz del atardecer da la sensación de estar apagada, como si no tuviera vida, así  que podría decir que es todo lo contrario a la luz de la mañana. En resumen, la luz del atardecer es más fría, sin vida e incluso siniestra. Pueden ser por estos motivos el porqué de que prefiera la luz de la mañana. Después de todas estas descripciones he llegado a la conclusión de que la luz de la mañana no es tan intensa como la luz del medio día, ni tan oscura como la luz del atardecer.

Irene Palomino. 4ºB

Fragancias


Es interesante cómo algunos olores nos pueden llamar tanto la atención y engatusarnos, y cómo otros nos pueden provocar tanto desagrado.
Hay muchos olores y, si te fijas, todos te recuerdan a algo. El olor del mar, esa brisa acompañada de agua y sal, el sonido de sus olas, que transmiten libertad. El protector solar me recuerda las vacaciones en la playa y cómo me la echaba mi madre cuando era pequeña para que no me quemara y me decían que esperara para meterme en el agua, para que no se me quitara la crema, pero yo seguía metiéndome; también me recuerda a la piscina, bañándome en el agua con mis amigos. Al verano en general.
El olor de la hierba recién cortada me recuerda cuando iba al campo, con mi familia y con mis amigos, en esos cumpleaños tan memorables, cuando jugábamos y nos revolcábamos por el césped y acabábamos tan agotados que, cuando llegaba a casa, me quedaba dormida nada más llegar, debido a tanto cansancio.
El olor de la mandarina, ese olor que perdura después de pelar la mandarina. Este olor me recuerda cuando era pequeña y merendaba rápido, al salir del colegio, para irme después a kárate.
El olor de la plastilina, que se quedaba impregnado en las manos hasta que llegaba a casa y me lavaba las manos. Recuerdo todos esos momentos en que teníamos que hacer figuras con la plastilina, y aquellos en los que jugábamos con ella, y cómo algunos mezclaban los colores de la plastilina, y luego no podían separarlas.
El típico olor de la paella, con el que sabía que me iba a encontrar cada domingo cuando visitara a mis abuelos. Y el olor de esas fragancias que caracterizan tanto a los abuelos, esas que hueles a distancia sabiendo que son ellos.
El olor a tierra mojada significaba que ibas a meterte en la cama con las gotas de lluvia sonando, al chocar contra el tejado, hasta que al final te acostumbrabas al sonido y conseguías dormirte.
Por último, el olor a granja, el olor de los animales. El que me hace recordar todas esas veces que íbamos a la granja y veíamos a los animales; esas excusiones que siempre terminaban con un plato de macarrones.
Cada momento tiene designado un olor con el que más tarde nos quedamos al recordarlo.

Natalia Jiménez. 4º E

martes, 3 de noviembre de 2015

La mejor luz del día


En mi opinión, la mejor luz del día es la del atardecer. No elijo esta luz por ningún motivo especial, sino por el único hecho de que es cuando el cielo es más bonito e impresionante. No es que suela ver esta luz muchas veces, ya que puede estar lloviendo, puede haber niebla, puedo no darme cuenta al mirar por la ventana o al fijarme en el cielo desde algún otro lugar como desde la calle, pero cuando la veo me quedo mirando un buen rato. La mayoría de las veces que he visto esta luz ha sido en el coche, tras volver de algún viaje, de algún sitio especial o de casa de alguien como un amigo o un familiar. La verdad que pocas veces he visto este tipo de luz desde dentro de mi casa, ya que suelo estar haciendo cosas y no suelo estar pendiente de cuándo empieza a anochecer. Ahora, con el cambio horario, es de noche sin que puedas darte cuenta, así que empieza a atardecer en plena tarde. En el lugar donde mejor he podido contemplar el atardecer es en  mi pueblo. En mi pueblo, el cielo es muy diferente y mucho más bonito que en Fuenlabrada. Parece mentira, ya que solo hay hora y media de distancia en coche, pero el hecho de que sea un pueblo y que no haya tanta contaminación influye mucho. En mi pueblo el cielo por el día es más azul, el atardecer es más colorido y la noche está muy bien decorada con varias estrellas, a diferencia de aquí, que solo se ven unas pocas.

Carlos Canales. 4º B