miércoles, 28 de octubre de 2015

El helado


Era el año 2002, mi familia y yo fuimos a veranear a Alicante (Guardamar). Como de costumbre, una de las noches salimos a dar un paseo por el familiar paseo marítimo de la zona.
Yo, al pasar por una heladería, me fijé en un helado de tarrina de chocolate, y enseguida se lo pedí a mis padres, pero ellos se negaron rotundamente, puesto que nunca me terminaba los helados y era tirar el dinero. Pero yo, caprichosa, seguí insistiendo más y más. Al fin, tras media noche insistiendo, conseguí mi delicioso helado de chocolate.
Cuando tuve el helado en mis manos por fin, noté que no sabía tal y como lo esperaba. Estaba demasiado frío y se me congelaban los dientes, y tenía un sabor un tanto amargo; ya no me apetecía y tan sólo me había comido una cucharada.
Nerviosa y preocupada, miraba a mi padre buscando la manera de decirle que no me gustaba el helado. No sabía qué hacer para deshacerme del helado. Tuve la gran idea de tirar la bola de helado a una papelera. En el intento de hacerlo, mi padre me pilló, y por desgracia no me dio tiempo a tirarlo, o mucho peor: ahora estaba mucho más obligada a terminarme el dichoso helado.
            Pasada una hora aún seguía el helado entre mis manos. Ya no aguantaba seguir esforzándome en comerme el helado, así que comencé a llorar de desesperación.
Y, sin darme cuenta, mi padre, agobiado y desesperado entre mis molestos sollozos, me cogió el helado y me lo tiró por la cabeza. Y yo, perpleja, no eché ni una sola lágrima hasta llegar al hotel. Y entonces me hicieron esta foto.
Patricia Rodríguez. 4º E

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