Ayer, en el entrenamiento, el
imbécil de Sebas, uno de mi equipo, estuvo imitando al entrenador, ya que
estaba por detrás y no le veía, que estaba explicando lo mismo de todos los
días. ¿Pero cómo no le iba a estar imitando? El entrenador no paraba de repetir
las mismas actividades y ejercicios que teníamos que hacer todos los días, ya
nos sabíamos el más mínimo detalle del entrenamiento. Lo peor de todo fue el
día que le dijimos que no hacía falta que nos dijera qué teníamos que hacer si
no nos iba a cambiar la rutina ni las frecuencias. Después de decirle eso nos
mandó a correr alrededor de la pista lo que quedaba de entrenamiento.
Conociéndole, seguro que si alguno se paraba o reclamaba no le dejaría jugar en
toda la temporada.
Bueno, volviendo a lo del entrenamiento
de ayer, el imbécil de Sebas estaba subido encima un balón de fútbol, a la pata
coja y poniendo caras raras. Al dar un salto, se pegó la hostia del siglo más
silenciosa del mundo ya que, si no lo hubiéramos visto, no la habríamos
escuchado, salvo porque, cuando Sebas se cayó, el balón que tenía terminó
golpeando la cabeza del entrenador. Os mentiría si os dijera que como buen
equipo que somos ayudamos a levantarse a Sebas, pero ¡bah!, a quién vamos a
engañar, nos descojonamos y le hicimos una foto al entrenador, que estaba rojo
de la furia, y a Sebas, que parecía un bicho aplastado. El entrenador se giró a
Sebas como la niña del exorcista, y en ese momento decidí yo tomar la foto de
la imagen que estará grabada de por vida en la memoria de Sebas.
Estéfany Palma
4ºE
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