Mi hora de luz favorita es la
última hora, es decir, justo el atardecer, cuando el sol está dando sus últimos
rayos de luz y se prepara para ir a dormir. Este momento me encanta ya que me trae
muchos recuerdos, sobre todo me encanta verlo en el paisaje que forma mi
pueblo, porque me gusta la imagen que veo desde mi ventana. Tenemos una casa
bastante vieja pero construida en lo alto de una colina y se ve todo el pueblo,
que está localizado en un pequeño valle. A decir verdad no me podré quejar,
tenemos unas vistas privilegiadas del pueblo y del valle.
La razón por
la que me hipnotiza ese paisaje es que me crea una melancolía impresionante, me
hace recordar mis mejores momentos de niño, en especial esas largas tardes en
el río, en el que cogíamos ranitas, lagartijas, culebrillas y pequeños pececillos;
todas esas largas partidas a las cartas, en las que tengo que admitir que a día
de hoy, con quince años que tengo, no recuerdo haber ganado ninguna; curioso y
bastante penoso, la verdad, pero cada vez que lo recuerdo me hace reír.
Recuerdo los largos partidos de fútbol, baloncesto, voleibol..., depende de lo
que nos apeteciese ese día y en ese momento. Pero sobre todo esos largos y muy
fríos baños en el río, y hablo del típico río en el que a mitad de verano te
puedes encontrar pequeños trocitos de hielo, ya que el río baja directamente de
la montaña.
Pero sin
dudarlo en momento al que más me recuerda esa luz con diferentes tonos de rosa,
morado, naranja, amarillo y azul es a mis abuelos, dos de las personas más
importantes en mi vida.
Samuel Vega. 4º B
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