Me considero una persona bastante solitaria, muy mía, incluso
a veces hasta llegar al punto de insoportable. En cambio, mi hermana es la
alegría incorporada en ese cuerpecito tan pequeño. Dejando esto a un lado, a
comprensiva no la gana nadie, y a paciente tampoco.
Soy una persona que tiende a guardarse mucho las cosas, no va
conmigo contar mis problemas a no ser que tenga mucho acumulado, y, cuando esto
pasa, la explosión es tremebunda, y en estas ocasiones, la única que sabe
calmarme es ella. Sé que siempre que nos peleamos ambas dos nos sentimos
culpables, pero no importa; dejando el orgullo atrás nos reconciliamos con un
abrazo, y verdaderamente adoro estos momentos en los que después de una discusión
pasamos la noche juntas, las dos
tumbadas en la cama, a veces sin dirigirnos la palabra, otras riendo sin poder
parar por cualquier tontería que nos haya hecho gracia, pero esto es
insignificante porque sabemos que estamos juntas y que el lazo que nos une es más fuerte que cualquier cosa.
Mi hermana es una pieza fundamental en el rompecabezas que es
mi vida, y me atrevería a decir que, sin ella, nada tendría sentido.
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